II- SEGUNDO SISTEMA. CULTO DE LOS ASTROS O SABEISMO.
"Pero estas mismas escrituras nos ofrecen después un sistema más metódico y complicado, cual es el culto de todos los astros, adorados ya bajo sus propias formas, ya bajo emblemas y símbolos que los representan; y este culto fue electo también de los conocimientos que adquirió el hombre en la física, e hizo derivar inmediatamente de las causas primeras del estado social, es decir, de las necesidades y de las artes que en su primer grado entraron como elementos en la formación de la sociedad.
En efecto, cuando principiaron los hombres a reunirse en sociedad, se vieron precisados a extender los medios de subsistir, y a dedicarse por consiguiente a la agricultura: y el ejercicio de ésta exigió la observación y el conocimiento de los cielos. Fue preciso saber cómo volvía la naturaleza a presentar el mismo período de sus operaciones, y los mismos fenómenos la bóveda celeste: en una palabra, fue necesario arreglar la duración y sucesión de las estaciones, de los meses y del año: por lo tanto fue absolutamente preciso conocer ante todas cosas la marcha del sol, que se manifestaba el primero y más supremo agente de toda la creación en su revolución zodiacal; después la de la luna, que por sus fases y sus apariciones diversas arreglaba y señalaba el tiempo; en fin, fue indispensable conocer las estrellas y aún los planetas, los cuales, por sus apariciones y desapariciones nocturnas, sobre el horizonte y el hemisferio, formaban las divisiones menores del tiempo; y así se fue componiendo un sistema entero de astronomía y un calendario. De este trabajo resultó muy luego y espontáneamente, un método nuevo para considerar las potencias que dominaban y regían; habiéndose observado que las producciones terrestres tenían unas relaciones regulares y constantes con los seres celestiales, que el nacimiento, crecimiento y destrucción de cada planta estaban ligados a la aparición, exaltación y declinación del mismo astro y del mismo grupo de estrellas; en una palabra, de que la languidez o la actividad de la vegetación parecían depender de las influencias celestes, dedujeron los hombres una idea de acción y de poder de estos seres celestiales y superiores sobre los cuerpos terrestres; y los astros, como dispensadores de la escasez o la abundancia, se convirtieron en potencias, en genios, en Dioses, en autores de los bienes y de los males.
Habiéndose entonces introducido en el estado social una jerarquía metódica de clases, empleos y condiciones, continuaron los hombres formando raciocinios de su comparación, transportaron sus nuevas nociones a su teología; y resultó la formación de un sistema complicado de divinidades graduales, en el cual el sol, primer Dios, fue un jefe militar, un rey político; la luna, una reina compañera suya; los planetas, sus servidores, sus mensajeros y comisionados; y la multitud de estrellas, un pueblo, un ejército de héroes, de genios encargados de regir el mundo a las órdenes de subalternos respectivos: cada uno de estos individuos tuvo su nombre, sus funciones y atributos, sacados de sus relaciones e influencias, y hasta un sexo distinto, derivado del género de su nombre.
Y como el estado social había introducido usos y prácticas complicadas, el culto las tornó semejantes; de sencillas y privadas que fueron al principio las ceremonias, se cambiaron en públicas y solemnes; las ofrendas fueron más ricas y más numerosas y los ritos más metódicos; se establecieron parajes para las asambleas, y se formaron capillas y templos; se instituyeron oficiales para la administración, y tuvieron pontífices y sacerdotes; se convino en ciertas fórmulas para ciertas épocas, y la religión se hizo un acto civil y un contrato político. Pero en medio de estos progresos, no se alteraron los principios primitivos; y la idea de Dios fue siempre la de los seres físicos haciendo el bien o el mal, es decir, produciendo sensaciones de pena o de placer: el dogma fue el conocimiento de sus leyes, o maneras de obrar; y la virtud o el pecado, la observancia o la infracción de estas leyes; y la moral, en su sencillez nativa, fue una práctica sensata de todo lo que contribuye a la conservación de la existencia y al bienestar propio, o de sus semejantes.
Si se nos preguntase en qué época nació este sistema, responderemos, autorizados con las antiguas escrituras sobre la astronomía misma, que se remontan sus principios a más de quince mil años, y si se pregunta también a qué pueblo debe atribuirse, responderemos que estos mismos escritos, apoyados en tradiciones unánimes, se atribuyen a los pueblos primitivos de Egipto; y cuando encuentra el raciocinio reunidas en aquel país todas las circunstancias físicas que han podido producir dicho sistema, cuando se halla al propio tiempo una zona del cielo, inmediata al trópico, igualmente libre de las lluvias del ecuador y de las nieblas del norte; cuando se encuentra también en el punto céntrico de la esfera antigua, un clima saludable, un río inmenso y sin embargo tranquilo, una tierra fértil sin arte ni trabajo, e inundada sin emanaciones pestíferas, colocada entre dos mares próximos a las regiones más ricas, es fácil entonces de comprender que el habitante del Nilo, agricultor por la naturaleza de su suelo, geómetra por la necesidad anual de medir sus posesiones, comerciante por la facilidad de sus comunicaciones, astrónomo, en fin, por el estado de su cielo, abierto sin cesar a la observación, debió ser el primero que pasase de la condición salvaje a la civilizada, y por consiguiente el que adquiriese antes que otro los conocimientos físicos y morales propios del hombre en el estado social.
No hay duda, en las riberas superiores del Nilo, y en un pueblo de raza negra, fue donde se organizó el sistema complicado del culto de los astros, considerado en sus relaciones con los productos de la tierra y los trabajos de la agricultura; y este primer culto, caracterizado por su adoración bajo sus formas o sus atributos naturales, fue una operación sencilla del espíritu humano; pero muy luego la multitud de los objetos, de sus relaciones y acciones recíprocas, complicó las ideas y los signos que las representaban, y sobrevino una confusión tan extraña en su origen como perniciosa en sus resultados".
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