viernes, 26 de enero de 2018

EL MEGA RITUAL DEL 9/11 - XV

EL MEGA RITUAL DEL 9/11 COMO TRAGICOMEDIA

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La Presidencia de George Bush – Inauguración 20 Enero 2001- 12:02 pm 38N54 – 77W02 (5)
 
 
Con relación a la segunda cara, la exotérica o pública, veamos a continuación el aporte de Juan B. Stam (teólogo y biblista norteamericano radicado en Costa Rica):


EL LENGUAJE RELIGIOSO DE GEORGE W. BUSH: ANÁLISIS SEMÁNTICO Y TEOLÓGICO.

No olvidar que Júpiter (regente de la casa 9ª  y a Sagitario,  la de los viajes largos de la mente en búsqueda de conocimiento), gobierna la justicia, valores, ética, moral, la confiada expectación o FE, asuntos religiosos y actividades religiosas, también el fanatismo, sacerdotes, ministros y pastores).


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Bush hijo se presenta como «un hombre con Jesús en su corazón». Cuando un periodista le preguntó quién era su filósofo sociopolítico favorito, Bush contestó: «Jesús, porque cambió mi vida». Eso correspondía perfectamente al individualismo extremo del fundamentalismo, y constituía lo que en el metalenguaje de sub-códigos evangélicos se llama «testimonio personal».

George W. Bush comenzó a asistir a un grupo de estudio bíblico en 1984, después de dos décadas de sufrir de severo alcoholismo. Asistió invitado por su amigo Don Evans, hoy su secretario de comercio. Durante dos años, Bush y Evans estudiaron las Escrituras, y Bush dejó atrás el alcoholismo. En el mismo proceso, logró también enfocar su vida, antes difusa y confusa, en una cosmo-visión coherente —o ideología— que correspondía a la mentalidad de los «evangélicos conservadores» de su país.

El movimiento evangélico conservador crecía entonces a pasos gigantescos en el escenario norteamericano, especialmente dentro del partido republicano. Pronto, Bush hijo se incorporó a la campaña de reelección de su padre. Junto con otro amigo íntimo, Karl Rove (genio político, el estratega tras sus victorias y hoy su asesor presidencial), se encargó del enlace con el sector «evangélico». Los dos manejaron a la perfección la semántica de esa subcultura. Mientras otros candidatos discutían los temas polémicos, Rove aconsejó a Bush que simplemente hablara de su fe.

En la lucha semántica del lenguaje religioso, Bush y Rove ganaron sin problemas, pues no tuvieron rivales. Bush manejaba bien el lenguaje fundamentalista (y, en otro sentido, ese lenguaje comenzó a manejarlo a él). Políticamente, su discurso ha sido muy eficaz, pero teológicamente resulta mucho más problemático. No se parece mucho al discurso del cristianismo histórico; deja totalmente de lado, por ejemplo, los clásicos debates sobre la guerra justa. De hecho, su teología explícita no parece profundizar más allá de algunas ideas muy generales y algunas palabras repetidas con mucha frecuencia: fe, valores, religión, oración, la providencia, el mal (asuntos típicos de Júpiter). Por otra parte, la «teología implícita» detrás de su discurso provoca serias dudas y sospechas teológicas. Vamos a analizar tres aspectos de esa teología implícita en el discurso de George W Bush, que parecen rayar en antiguas herejías.

       I.            El maniqueísmo

Esta antigua herejía divide toda la realidad en dos: el Bien Absoluto y el Mal Absoluto. A juzgar por el discurso de Bush, los Estados Unidos de América es una nación engendrada por concepción inmaculada, que ha alcanzado la santidad total de la teología wesleyana. Pero a los enemigos del país, Bush les aplica con toda su fuerza la doctrina calvinista de la depravación total del ser humano: no hay nada que pueda explicar la conducta malévola de esas personas, y mucho menos, que pueda justificarla. En la sociedad estadounidense, por el contrario, parece no haber entrado el pecado original. En la espiritualidad patriotera de Bush, no cabe el menor espacio para el arrepentimiento ni siquiera para el auto-examen crítico, mucho menos para una conversión a Dios. Dentro de ese esquema, ¿cómo es posible ser realmente cristiano?

En el acto memorial en la Catedral Nacional de Washington (14-09-2001), Bush proclamó en términos amenazantes: «Esta nación es pacífica, pero feroz cuando se la provoca a la ira». Estas eran como dos virtudes del país. Un mes después, en una conferencia de prensa (15-10-01), dijo ingenuamente:

«Me confunde ver que hay tanto malentendido de lo que es nuestro país, y que la gente nos pueda odiar... Simplemente no puedo creerlo, porque yo sé cuan buenos somos. Tenemos que hacer un mejor trabajo al representar a nuestro país ante el mundo. Tenemos que explicar mejor a la gente del Medio Oriente, por ejemplo,... que es sólo contra el mal contra lo que estamos luchando, no contra ellos».

¡No deja de sorprender que exista en este mundo un país totalmente altruista, que vive siempre luchando contra el mal! El presidente Bush ha repetido estos auto-elogios nacionalistas como un mantra mágico: «Nosotros somos el país más pacífico de la tierra», dijo en otra ocasión (09-11-02). En su informe al Congreso, en 2003 («State of the Union», 29-01-03), el lenguaje humano casi no alcanzaba para expresar su culto a la patria. Entre otros párrafos, sirvan estos de muestra:

o   Los americanos son un pueblo resuelto, que ha superado cada prueba a la que lo han enfrentado los siglos. Estados Unidos de América es una nación fuerte y honorable en el uso de su poder.  Ejercemos el poder sin conquista y hacemos sacrificios por la libertad de extranjeros desconocidos.

o   Los americanos son un pueblo libre, que sabe que la libertad es el derecho y el futuro de cada nación...Esta nación pelea contra su voluntad... Buscamos la paz; luchamos por la paz; pero a veces la paz tiene que ser defendida. Un futuro de terribles v constantes amenazas no es en absoluto la paz. La adversidad ha revelado al mundo y a nosotros mismos, el carácter de nuestro país.

Según estas euforias patrioteras, la superioridad moral de los americanos queda confirmada por su victoria sobre Irak, y no vale ninguna evidencia que demuestre lo contrario. Cuando los periodistas que estaban en Bagdad interrogaban al general Garner sobre las protestas masivas contra el ejército de ocupación, el General contestó que esas protestas demostraban más bien que la democracia había llegado a Irak. Después exclamó:

«Debemos mirarnos en el espejo y sentirnos bien orgullosos, sacar el pecho y decir: ¡Maldito sea, somos americanos!»

En términos bíblicos, la actitud autocomplaciente y santurrona de Bush sólo puede ser tildada de fariseísmo:

 «Te damos gracias, Señor, que no somos como las demás naciones, terroristas, sin democracia ni mercado libre».
Contra tales pretensiones de santidad va dirigida la denuncia que hace Jesús de los fariseos:
«Ustedes miran la paja en el ojo ajeno, pero no ven la viga en su propio ojos».
Dado ese estado de sublime inocencia de su propio país, como Adáam y Eva en el paraíso, el presidente Bush ha encontrado una sola explicación del odio contra EE.UU.:
«Los terroristas odian nuestra libertad».
Son tan malos, que aborrecen el bien porque es bueno. En la Catedral Nacional (14-09-01), Bush asumió la posición en la que seguiría insistiendo:
 «Esta es una lucha colosal entre el bien y el mal, y que nadie se equivoque: el bien péase Estados Unidos] vencerá».
Nunca se ha apartado de ese análisis simplista y maniqueo. En febrero de 2003 reiteró ante la Asociación de Emisoras Religiosas que
«los terroristas odian el hecho... de que somos libres para adorar a Dios como nos parezca».


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