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EMBRUJO – Andrés
Cepeda (II)
Juzgad también
el amor conforme a sus obras; si eleva el alma, inspira la devoción y las
acciones heroicas; si apenas siente celos de la perfección y de la felicidad
del ser amado, si es capaz de sacrificarse por la honra y el descanso del
objeto de su amor, ello es un sentimiento inmortal y sublime; pero si aniquila
el valor, si enerva la voluntad, si envilece las aspiraciones, si hace
despreciar el deber, entonces es una pasión fatal, y es preciso vencer o morir.
Cuando el amor
es puro, absoluto, divino, sublime, por sí mismo es el más sagrado de los
deberes. Admiramos a Romeo y Julieta a pesar de todos los prejuicios y de todos
los furores de los Capuletos y de los Montescos, y no pensamos que los odios de
sus familias deberían separar para siempre a Píramo de Tisbe. Admiramos también
a Jimena solicitando la muerte del Cid para vengar a su padre porque Jimena,
sacrificando el amor, se hace más digna del propio amor, ella sabe bien que si
falta a su deber Rodrigo no la amaría más. Entre la muerte de su amante y el envilecimiento
de su amor, la heroína no podía vacilar. ¿Justifica ella la gran sentencia de Salomón,
que el amor es más inflexible que el infierno?.
El verdadero amor es una revelación luminosa
de la inmortalidad del alma: su idea, para el hombre, es la pureza sin mancha,
y para la mujer, la generosidad sin desaliento. Tiene celos de la integridad de
este ideal, y celo tan noble debe llamarse Celotipia, o tipo de celo. El sueño
eterno del amor es la madre inmaculada, y el dogma recientemente definido por
la Iglesia, inspirado en el Cantar de los Cantares, no tuvo otro revelador sino
el amor.
LA IMPUREZA ES LA PROMISCUIDAD DE LOS DESEOS; el hombre que
desea todas las mujeres y la mujer que ama los deseos de todos los hombres, no
conocen el amor y son indignos de conocerlo. La coquetería es la depravación de
la vanidad femenina; su propio nombre viene de algo bestial y recuerda los
coqueteos provocativos de las gallinas que quieren llamar la atención del
gallo. Le está permitido a la mujer ser bella, pero ella sólo debe desear
agradar al hombre que ama o al que podrá amar algún día. La integridad del
pudor de la mujer es el más especial ideal de los hombres y el motivo de su
legítimo celo. La delicadeza y la dignidad del hombre es el sueño ideal de la mujer,
y es en este ideal que ella encuentra el estimulante o el suicidio de su amor. El
casamiento es el amor legítimo. Un casamiento de conveniencia ayuntamiento de
despecho. Es un convenio entre un macho y una hembra de la especie humana que
acuerdan tener hijos bajo la protección de la ley; si ninguno de los dos amó, puede
esperarse que el amor venga con la intimidad de la familia, pero,
desgraciadamente, el amor no obedece siempre a las conveniencias sociales, y
aquel que se casa sin amor, muchas veces se desposa con la probabilidad de
adulterio.
La mujer que ama
a otro o se casa con el hombre a quien no ama, hace un atentado contra la
naturaleza. Julia de Volmar es inexcusable, y su marido un personaje imposible
en el mismo romance; Saint Preux debió despreciar esa pareja. Una moza que se
entrega y después se desdice deshonra su primer amor; porque ha aceptado el
adulterio. Hay un ser ante quien una mujer digna de ese nombre nunca debe
sonrojarse, es el hombre al que halló digno de su primer amor.
Celebramos que
un hombre de corazón rehabilite a una joven honesta que fue seducida y después
abandonada, pero que una joven que ya se entregó quiera darse a otro, cuando ya
no pertenece a sí misma, alegando que si no obedece a su padre él la mataría o
se moriría de pesar, como en el caso del barón de Etange, hallamos que aquí la
indelicadeza de corazón se justifica mal con una franqueza o sensibilidad
tonta. Un padre que habla de matar a una hija o de morir porque ella obre
rectamente y con nobleza, no es un padre, es un egoísta feroz en su despotismo,
a quien hay el derecho de censurarlo o de huirle.
La Julia de
Rousseau, es una moza reputada honesta, que atrae al mismo tiempo dos hombres. Su
padre es un proxeneta que deshonra al mismo tiempo a su hija y a su amigo;
Volmar es un cobarde y Sain-Preux un tonto. Cuando sabe que Julia se había
casado no debía volver a verla. Casar una mujer que se dio a otro y a quien
este otro no abandonó, es desposar la mujer de otro, casamiento nulo ante la
naturaleza y ante la dignidad humana. Esto es lo que Rousseau no comprendió.
Admito el casamiento de aventuras de las heroínas de Enrique Murger que hacen
de la vida una farsa de carnaval; pero no acepto el de Julia, que muestra la
pretensión de tomar en serio el amor. Ser o no ser, he ahí la cuestión, como
dice Hamlet; la virtualidad del ser humano está en su pensamiento y no en su
amor. Abjurar públicamente de su pensamiento sin estar convencido de que es
falso, es la apostasía del espíritu; abjurar del amor, cuando la gente siente
que él existe, es la apostasía del corazón.
Los amores que
mudan son caprichos que pasan; aquellos de que tenemos que avergonzarnos son
fatalidades cuyo yugo debemos sacudir. Homero nos muestra a Ulises vencedor de
los lazos de Calipso y Circe, haciéndose
atar al mástil de su navío para oír los cantos deliciosos de las sirenas, sin
ceder a ellas, lo que es el verdadero modelo del sabio que escapa de las
decepciones del amor fatal. Ulises se debe enteramente a Penélope, que se
conserva para Ulises, y el lecho nupcial del rey de Itaca, teniendo por
columnas árboles eternos que se prenden a la tierra por fuertes raíces, es en
la antigüedad, a veces un tanto licenciosa, el monumento simbólico del legítimo
y casto amor.
El verdadero
amor es una pasión invencible motivada por un sentimiento justo y nunca puede
estar en contradicción con el deber; pues el deber se vuelve absoluto; pero la
pasión injusta constituye un amor fatal y es a éste al que debemos resistir,
aunque tengamos, en hora buena, que sufrir y morir. Podríamos decir que el amor
fatal es el príncipe de los demonios, porque es el magnetismo del mal armado
con todo su poder, y nadie puede desarmarlo o limitar sus furores. Es una fiebre,
es una demencia, es una fobia. Será preciso consumirse lentamente y sin
piedad como el hachón de Altea. Los recuerdos nos torturan, los deseos
engañados nos desesperan, saboreamos la muerte, y muchas veces preferimos antes
sufrir y amar que morir.
¿CUÁL ES EL REMEDIO PARA ESTA DOLENCIA?. ¿CÓMO CURAR
LAS HERIDAS DE ESTA FLECHA ENVENENADA?. ¿QUIÉN NOS LIBRARÁ DE LAS ABERRACIONES
DE ESTA LOCURA?....
CONTINUARÁ...
William Lilly - Master Astrologer
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