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EMBRUJO – Andrés
Cepeda (II)
Para curar del
amor fatal es preciso romper la cadena magnética, precipitándose en contra
corriente y neutralizando una electricidad por la electricidad contraria. Aléjese
de la persona amada; nada guarde que vuelva a recordarla; abandone hasta el
vestido con el cual ella lo haya visto. Impóngase ocupaciones fatigantes y
múltiples, nunca quede ocioso, ni se entregue a los ensueños; agótese de
cansancio durante el día para dormir profundamente en la noche: alimente una
ambición o un deseo por satisfacer, y para encontrarlo suba por encima de su
amor. Así llegará a la tranquilidad si no al olvido. Lo que es preciso evitar,
a toda costa, es la soledad nutridora de los enternecimientos y los sueños;
esto, a menos que la persona no se sienta atraída por la devoción, como Luisa
de la Valliére y el señor de Rancé, y que no busque en los suplicios voluntarios
del cuerpo la dulcificación de las penas del alma.
Es preciso
pensar siempre que lo absoluto en los sentimientos humanos es un ideal que
nunca se realiza en este mundo, que toda belleza se altera y que toda vida se
extingue; que todo pasa, al fin, con la rapidez, que parece ilusión; que la
bella Elena se convirtió en una vieja de boca desdentada, después un poco de
polvo y, al fin, en nada.
TODO AMOR QUE NO PUEDA NI DEBA CONFESARSE ES UN AMOR
FATAL.
Fuera de las leyes de la naturaleza y de la sociedad nada hay de legítimo en
las pasiones, y hay que condenarlas desde el nacimiento, destruyéndolas bajo
este axioma: Lo que no debe existir, no existe. Cosa alguna disculpará el
encesto o el adulterio. Son cosas cuyo nombre los oídos castos temen y cuya
existencia no deben admitir las almas sinceras y puras. Los actos que la razón no
justifica, no son actos, son bestialidades y locuras. Son caídas, después de
las cuales es necesario redimirse y limpiarse para no guardar manchas; son
torpezas que la decencia debe ocultar y que la moral, purificada por el soplo
magnético, no podría admitir igualmente para castigarlas. Ved a Jesús en
presencia de la mujer sorprendida de adulterio, no escucha a los que a acusan,
no la mira para no ver su vergüenza; y cuando lo importunan para que la juzgue,
él la reprende con estas sabias palabras que serían la supresión de toda penalidad
impuesta por la justicia humana, si no quisiesen decir que, ciertos actos,
deben quedar desconocidos, y como que imposibles ante el pudor de la ley: “Levántese, y de
ahora en adelante procure no caer más”. He ahí lo único que el sublime
Maestro halló para decir a la infeliz mujer cuyos acusadores rehusó oír. Jesús
no admite el adulterio; lo llama fornicación, y como único castigo autoriza al hombre
a despedir a la que fue su mujer. La mujer, a su vez, tiene el derecho de
abandonar a un marido que la engaña. Y si no tiene hijos se vuelve libre ante
la Naturaleza. Pero si fuere madre pierde el derecho sobre los hijos de su
marido, a no ser que éste sea notoriamente infame. Renunciando a él, ella renuncia
a sus hijos; y si no tiene el triste valor de abandonarlos y deshonrarse a sus
ojos, será preciso que se resigne al heroísmo del sacrificio materno,
considerándose viuda en el matrimonio y consolándose de los dolores de mujer en
el cariño de madre.
LAS HEMBRAS DE LOS PÁJAROS NUNCA ABANDONAN SU NIDO
MIENTRAS SUS PEQUEÑUELOS NO TIENEN ALAS.
¿Por qué las mujeres sería peores
madres que las hembras de los pájaros?. El ideal de lo absoluto en amor,
diviniza, por decir así, la generación del hombre y este ideal exige la unidad
del amor. Este bello sueño del cristianismo es la realidad de las grandes
almas, y era para no envilecerse en las promiscuidades del viejo mundo, que
tantos corazones amantes fueron a los claustros a vivir y morir en un deseo
eterno. Yerro a veces sublime, pero siempre lastimoso, ¿Pues será necesario
renunciar a vivir por no ser inmortal?. ¿No comer más, porque el alimento del
alma es superior al cuerpo, no andar más, porque no se tiene alas?. ¡Feliz el noble
hidalgo Don Quijote, que cree adorar a Dulcinea al abrazar los grandes pies mal
calzados de una campesina del Toboso!. La Eloísa de Rousseau que ha poco
criticábamos tan severamente desde el punto de vista de lo absoluto del amor,
no por eso deja de ser una deliciosa creación, tanto más verdadera cuanto
defectuosa, y reproduce en un romance realmente humano todas las contradicciones
y flaquezas que hicieran de Rousseau, con las reminiscencias de un antiguo lacayo,
el Don Quijote de la virtud.
Después de haber
procurado en vano hincar a Madama de Warens, de quien tuvo celos y haberla
olvidado por causa de Madama Larnage, después de haber adorado a Madama
Houdetot que amó a otro, se casó filosóficamente con su criada, y si es verdad
que el pobre hombre murió a consecuencia del disgusto que le ocasionó el
descubrimiento de una infidelidad de Teresa, es muy justo admirarlo y compadecerlo:
su corazón era hecho para amar.
Para un corazón
digno de amor sólo existe en el mundo una mujer, pero la mujer, esta divinidad
de la tierra, se revela a veces en varias personas, como la divinidad del cielo
y sus encarnaciones, que son también, en veces, más numerosas que los acatares
de Vichnú. ¡FELICES DE LOS CREYENTES QUE
JAMÁS SE DESALIENTAN Y QUE, EN LOS INVIERNOS DEL CORAZÓN, ESPERAN LA VUELTA DE
LAS GOLONDRINAS!. El sol brilla en una gota de agua, es ahí un diamante, es
un mundo; ¡feliz de aquel que, cuando la gota se seca, no piensa que el sol se
va a propósito!. Todas las bellezas que pasan son apenas reflejos fugitivos de
la Belleza eterna, objeto único de nuestros amores. Querría tener los ojos del
águila y volar para el sol, pero si el sol viene a mí distribuyendo sus
esplendores en las gotas de rocío, agradeceré a la Naturaleza, sin afligirme
mucho cuando el diamante desaparezca. Para esta inconstante criatura que ya no
me ama, para la sed de ideal de su corazón, yo también era una gota de agua,
¿Debo acusarla y maldecirla porque a sus ojos me torné una lágrima disuelta en
que no ve más el sol?.
William Lilly - Master Astrologer
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