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METAFÍSICA DEL NACIMIENTO
por Ibn Asad
Ruptura espacio-temporal del recién nacido:
En nuestra vida
percibimos el paso del tiempo estrictamente a través de ciertos ciclos
espaciales, por ejemplo, la respiración o el movimiento del sol (el día y la
noche). Si el ser humano respira agitadamente, su percepción del tiempo se
acelera en la misma proporción. A la inversa pero del mismo modo ocurre con una
respiración tranquila, por ejemplo, cuando dormimos plácidamente. No es difícil
de comprobar: EL TIEMPO SE DILATA O SE CONTRAE DEPENDIENDO DE FACTORES MENTALES
Y ORGÁNICOS, PRINCIPALMENTE LA RESPIRACIÓN. ¿Y si el ser humano pudiera vivir
sin respirar? Pues no habría percepción del tiempo. Ocurre que una persona
intrauterina no tiene respiración pulmonar, y por lo tanto no tiene relación
con el tiempo, no al menos con el tiempo como lo entendemos en nuestro día a
día. El bebé intrauterino vive, siente y es consciente dentro de una eternidad
inconcebible que es rota y olvidada con el nacimiento. ¿Cómo no llorar como si
fuera el Fin de los Tiempos? ¡Es el Fin de los Tiempos! Y esos tiempos se
colapsan para dar a luz a otro tiempo, el de la manifestación del ser
individual. (El paso de Neptuno- no límites y experiencia de unidad a la vida de Saturno: tiempo,
espacio, regulaciones, límites, obstáculos, barreras y envejecimiento, llanto dolor y sufrimiento)
Esa barrera
temporal que separa la respiración intrauterina de la respiración pulmonar
sería con rigor nacer. Pero de la misma forma que es imposible determinar el
punto exacto donde acaba el día y comienza la noche, el nacimiento es un
proceso misterioso que el moderno no suele respetar. Existe una costumbre
obstétrica generalizada en casi todas las culturas y practicada por la medicina
moderna, de cortar el cordón umbilical justo después de dar a luz. El médico
empuja así al recién nacido al encuentro con una respiración que debería
adoptar según los ritmos naturales.
Por supuesto, en
todo el reino animal mamífero y en numerosas comunidades indígenas como los
Nukuinis amazónicos, el ser recién nacido se queda con el cordón umbilical
intacto fuera de su madre durante unos minutos. En el caso del ser humano, ese
tiempo de conjunción de modos de tiempo, puede oscilar de tres a quince minutos
de nuestro reloj. En este tiempo, el recién nacido se queda de forma natural de
bruces descansando sobre el vientre materno, acomodándose a su nueva facultad
fisiológica (la respiración pulmonar) y las implicaciones metafísicas que ese
tránsito conlleva. Sin embargo, ese tránsito y esas implicaciones suelen ser
desdeñadas en prácticamente todos los partos modernos con asistencia médica que
literalmente “cortan por lo sano”: tijeretazo rápido y precoz al cordón umbilical.
De esta forma,
el recién nacido es puesto a prueba en la primera de una serie de torturas
innecesarias y añadidas al ya de por sí difícil acto de nacer. Además de
colocar al niño en el umbral de la cianosis, se le fuerza a una cruel
disyuntiva: respirar o morir. Tras elegir respirar, el oxígeno entra en una
tráquea y unos pulmones vírgenes, quemando las inmaculadas mucosas que protegen
las paredes del tubo respiratorio y produciendo un agudo dolor. La violencia de
esa primera bocanada de aire forzada por el corte prematuro del cordón
umbilical, puede dejar marcas que acompañarán a la persona durante toda su
vida. Pensamos que algunas de las disfunciones respiratorias que sufren ciertas
personas, tales como amnea nocturna y asma, tienen como causa velada este
episodio traumático. Y no sólo en lo físico, ciertos episodios de ansiedad y
algunos caracteres flemáticos fueron causados por el golpe mal resuelto de la
interrupción del tránsito respiratorio natural. Así pensamos que es, sin ningún
tipo de fundamento médico y sin intención polémica, como no nos cuesta admitir.
En lo que se
refiere al espacio, la ruptura existencial del recién nacido se lleva a cabo de
manera inversa. En el tiempo, fue un salto de la eternidad intrauterina a la
respiración pulmonar, de lo inmóvil al movimiento. En el caso del espacio, el
recién nacido pasa de la libertad de movimientos en el líquido amniótico
(ciertamente limitada en los últimos meses de gestación), a la tiranía del
peso, la masa y la inmovilidad. Durante la Edad de Oro (¿qué es la Edad de Oro
sino eso?), el embrión y después feto jugó durante meses en la absoluta
libertad de movimientos en una fuerza gravitacional cercana a cero. Tras unos
meses (los últimos de gestación) de estrechamiento y limitación, el útero en
donde el feto jugaba en libertad absoluta, exige la expulsión inmediata del ya
niño aprisionado. El recién nacido aparece al exterior y adquiere sus
categorías de volumen, perímetro y –sobre todo- peso. Resulta inconcebible cómo
puede darse ese salto existencial y más inconcebible resulta que lo dé un ser
de apariencia tan indefensa. ¿Cómo lo da? Pues con agudo dolor y desagrado,
pero con una fortaleza de la que sólo un recién nacido puede gozar. Pues un
recién nacido no es un ser indefenso; tiene defensas naturales para encarar la
profunda crisis que supone nacer. Ahora bien, el niño carece sólo de defensas
para una amenaza que la naturaleza no advirtió: nuestra estupidez.
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