miércoles, 24 de abril de 2019

METAFÍSICA DEL NACIMIENTO III

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METAFÍSICA DEL NACIMIENTO

por Ibn Asad

Ruptura espacio-temporal del recién nacido:

En nuestra vida percibimos el paso del tiempo estrictamente a través de ciertos ciclos espaciales, por ejemplo, la respiración o el movimiento del sol (el día y la noche). Si el ser humano respira agitadamente, su percepción del tiempo se acelera en la misma proporción. A la inversa pero del mismo modo ocurre con una respiración tranquila, por ejemplo, cuando dormimos plácidamente. No es difícil de comprobar: EL TIEMPO SE DILATA O SE CONTRAE DEPENDIENDO DE FACTORES MENTALES Y ORGÁNICOS, PRINCIPALMENTE LA RESPIRACIÓN. ¿Y si el ser humano pudiera vivir sin respirar? Pues no habría percepción del tiempo. Ocurre que una persona intrauterina no tiene respiración pulmonar, y por lo tanto no tiene relación con el tiempo, no al menos con el tiempo como lo entendemos en nuestro día a día. El bebé intrauterino vive, siente y es consciente dentro de una eternidad inconcebible que es rota y olvidada con el nacimiento. ¿Cómo no llorar como si fuera el Fin de los Tiempos? ¡Es el Fin de los Tiempos! Y esos tiempos se colapsan para dar a luz a otro tiempo, el de la manifestación del ser individual. (El paso de Neptuno- no límites y experiencia de unidad a la vida de Saturno: tiempo, espacio, regulaciones, límites, obstáculos, barreras y envejecimiento, llanto dolor y sufrimiento)
Esa barrera temporal que separa la respiración intrauterina de la respiración pulmonar sería con rigor nacer. Pero de la misma forma que es imposible determinar el punto exacto donde acaba el día y comienza la noche, el nacimiento es un proceso misterioso que el moderno no suele respetar. Existe una costumbre obstétrica generalizada en casi todas las culturas y practicada por la medicina moderna, de cortar el cordón umbilical justo después de dar a luz. El médico empuja así al recién nacido al encuentro con una respiración que debería adoptar según los ritmos naturales.
Por supuesto, en todo el reino animal mamífero y en numerosas comunidades indígenas como los Nukuinis amazónicos, el ser recién nacido se queda con el cordón umbilical intacto fuera de su madre durante unos minutos. En el caso del ser humano, ese tiempo de conjunción de modos de tiempo, puede oscilar de tres a quince minutos de nuestro reloj. En este tiempo, el recién nacido se queda de forma natural de bruces descansando sobre el vientre materno, acomodándose a su nueva facultad fisiológica (la respiración pulmonar) y las implicaciones metafísicas que ese tránsito conlleva. Sin embargo, ese tránsito y esas implicaciones suelen ser desdeñadas en prácticamente todos los partos modernos con asistencia médica que literalmente “cortan por lo sano”: tijeretazo rápido y precoz al cordón umbilical.
De esta forma, el recién nacido es puesto a prueba en la primera de una serie de torturas innecesarias y añadidas al ya de por sí difícil acto de nacer. Además de colocar al niño en el umbral de la cianosis, se le fuerza a una cruel disyuntiva: respirar o morir. Tras elegir respirar, el oxígeno entra en una tráquea y unos pulmones vírgenes, quemando las inmaculadas mucosas que protegen las paredes del tubo respiratorio y produciendo un agudo dolor. La violencia de esa primera bocanada de aire forzada por el corte prematuro del cordón umbilical, puede dejar marcas que acompañarán a la persona durante toda su vida. Pensamos que algunas de las disfunciones respiratorias que sufren ciertas personas, tales como amnea nocturna y asma, tienen como causa velada este episodio traumático. Y no sólo en lo físico, ciertos episodios de ansiedad y algunos caracteres flemáticos fueron causados por el golpe mal resuelto de la interrupción del tránsito respiratorio natural. Así pensamos que es, sin ningún tipo de fundamento médico y sin intención polémica, como no nos cuesta admitir.

En lo que se refiere al espacio, la ruptura existencial del recién nacido se lleva a cabo de manera inversa. En el tiempo, fue un salto de la eternidad intrauterina a la respiración pulmonar, de lo inmóvil al movimiento. En el caso del espacio, el recién nacido pasa de la libertad de movimientos en el líquido amniótico (ciertamente limitada en los últimos meses de gestación), a la tiranía del peso, la masa y la inmovilidad. Durante la Edad de Oro (¿qué es la Edad de Oro sino eso?), el embrión y después feto jugó durante meses en la absoluta libertad de movimientos en una fuerza gravitacional cercana a cero. Tras unos meses (los últimos de gestación) de estrechamiento y limitación, el útero en donde el feto jugaba en libertad absoluta, exige la expulsión inmediata del ya niño aprisionado. El recién nacido aparece al exterior y adquiere sus categorías de volumen, perímetro y –sobre todo- peso. Resulta inconcebible cómo puede darse ese salto existencial y más inconcebible resulta que lo dé un ser de apariencia tan indefensa. ¿Cómo lo da? Pues con agudo dolor y desagrado, pero con una fortaleza de la que sólo un recién nacido puede gozar. Pues un recién nacido no es un ser indefenso; tiene defensas naturales para encarar la profunda crisis que supone nacer. Ahora bien, el niño carece sólo de defensas para una amenaza que la naturaleza no advirtió: nuestra estupidez.

 
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