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METAFÍSICA DEL NACIMIENTO
por Ibn Asad
Por ejemplo: hay una costumbre adoptada
por muchos médicos modernos de todas las culturas que consiste en coger al
recién nacido por los pies, con todo el cuerpo colgando, como hace un pescador
que muestra la pieza de su pesca. Esta costumbre se debe a que, ciertamente,
sólo así resulta cómodo y seguro verticalizar al niño cuando aún está
recubierto de la blanquecina y resbaladiza grasa que lo recubría en su vida
intrauterina. La cuestión es: ¿Qué necesidad hay de verticalizarlo? Al menos el
recién nacido no tiene ninguna; y los gritos de dolor y su gesto desencajado
por el espanto y el horror, así lo indican. Imagínense esto:
Durante los
meses de gestación la columna vertebral permaneció arqueada (la famosa posición
fetal) alcanzando el mayor grado de arqueamiento y contracción en la semana
anterior al parto. Durante el trabajo final, la columna se retuerce y se
comprime para pasar por el sinuoso paso del canal de parto. Pues bien, tras
nacer, este niño con la columna encogida y aprisionada durante nueve meses, es
violentamente estirada de un solo golpe gravitacional. El médico lo cuelga como
si fuera un jamón en un bar español. Cabeza abajo. Con los pies presos. Con el
peso del cuerpo oscilando suspendido en el vacío. ¿No parece una salvajada?
Pensamos que al recién nacido también se lo parece. También pensamos que muchas
de las fobias relacionadas con el espacio (claustrofobia, agorafobia, miedo a
las alturas…) están generalizadas en la civilización global por esta costumbre
obstétrica habitual. También este trauma guarda relación con problemas de
equilibrio físico y emocional, vértigos y la recurrente pesadilla de “caer al
vacío”. Pues si una pesadilla se repite en los cinco continentes, no importa de
qué cultura, raza o religión estemos hablando, es muy probable que la causa de
ese trastorno esté en aquello que es común a todos. ¿Qué comparten en la
actualidad un argentino, un portugués, un egipcio y un australiano? Todos nacen
igual, con un parto estandarizado.
El nacimiento es
una experiencia universal. “Universal” porque iguala a todos los seres humanos
aboliendo raza, nación, clase social u otras categorías artificiales; y es una
“experiencia” porque, aunque se olvide, se experimenta a través de los cinco
sentidos. Tal es la gama sensorial de la que goza el bebé, que esta experiencia
puede calificarse sin duda de “extraordinaria”, tanto en intensidad,
influencia, dimensión e importancia vital. Y ahí está la causa de nuestro
olvido: la experiencia natal maneja vivencias sensoriales tan altas y fuertes,
que la memoria ordinaria del adulto es incapaz de hacer registro de algo así
vivido. Y sin embargo, sucedió, se vivió eso, se experimentó, se nació.
Como no existen
otras herramientas experimentales que los sentidos, hablaremos del nacimiento a
través de cada uno de los sentidos (en sánscrito, jnanendriyas) relacionados
con los diferentes órganos de acción (karmendriyas) y a su vez con las cinco
esencias elementales (tanmatras) según el ayurveda y su relación con el proceso
cosmológico (samkhya). Así:
Oído: El sentido del oído es el primer
sentido del despliegue cósmico en todas las expresiones tradicionales (logos,
pranava, quram, vak…) todo cosmos es, en su expresión más alta y primigenia, un
sonido, una voz, un nombre. Todo el mundo ya admite que el feto escucha sonidos
mucho antes de lo que vulgarmente se pensaba y la embriogénesis científica
convencional habla de un oído en formación a las cuatro semanas de gestación.
La persona pre-natal escucha de una manera mucho más nítida y amplificada de lo
que puede parecer. Pero no sólo la capacidad auditiva del prenatal es superior
a la nuestra; también lo es la modalidad auditiva. En el adulto la audición
está volcada hacia el exterior. La mayoría de nuestro espectro auditivo se
ocupa de fenómenos exteriores, reduciendo la audición interna a la respiración
y –algunas pocas veces- a los latidos del corazón (eso en los extraños casos de
relajación completa que deja la vida moderna).
Por el
contrario, la persona prenatal escucha lo interno más que lo externo, y ese
ámbito interno está prolongado al cuerpo materno. El funcionamiento visceral de
la madre, el ritmo del corazón, la respiración… es la música celestial que el
ser humano escucha durante los nueve meses más importantes de su vida. Y de
todos los sonidos orgánicos de la madre hay uno que deja la primera impronta
identificativa en la persona: la voz materna. Es difícil encontrar lenguas que
tenga palabras de género masculino para estos tres conceptos: “tierra”, “agua”…
y “voz”. La voz suele ser una palabra de género femenino porque la primera voz
es y siempre será (desde todos los puntos de vista, no sólo el físico y
evidente), una voz de mujer.
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