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METAFÍSICA DEL NACIMIENTO
por Ibn Asad
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METAFÍSICA DEL NACIMIENTO
Vista: Otro prejuicio generalizado sobre la
vida in utero no sólo popular sino también establecido en profesionales de la
obstetricia, es que la persona intrauterina está ciega y no ve nada al nacer
porque tiene los ojos semicerrados o cerrados. Es falso. De nuevo, el niño no
sólo ve sino que ve más y mejor que cualquiera de nosotros. Tal es su
“clarividencia”, que puede ver (¡y de qué manera!) sin enfocar, sin fijar y con
los párpados cerrados. En embriología el sentido de la visión se forma a partir
de la cuarta semana de gestación. Como con el oído, su estructura sutil está en
funcionamiento aún antes.
Si nos fijamos
en el tránsito respiratorio, el auditivo… que supone el nacimiento, comprobamos
que no es tan abrupto: el nacimiento natural sigue unos tiempos que cuidan y
preparan al niño para los diferentes cambios orgánicos. Somos nosotros,
humanos, y nuestra ignorancia los que nos hemos esforzado en hacer del
nacimiento algo violento, tortuoso, y traumático para un recién nacido en el
que nadie piensa verdaderamente. ¿Qué piensa el niño de todo esto?
Por ejemplo: la
luz. En las salas de parto modernas nos encontramos con luces alógenas,
fluorescentes, lámparas cialíticas y proyectores de luz que facilitan el
trabajo del médico. Este equipamiento ayuda mucho al obstetra… ¿Pero alguien se
ha preguntado qué opinión tiene el recién nacido sobre pasar en un segundo de
la tiniebla del vientre materno a ser abrasado por un cañón de luz artificial
de gran potencia voltaica? Algunos dirán: “Él no opina; él no ve.” Pero el
gesto de horror y las manitas llevadas instintivamente a la cabeza, indican
otra cosa.
Si observamos el
reino animal, nos damos cuenta enseguida que la gran mayoría de hembras
mamíferas se ponen de parto bien al atardecer o bien en plena noche. La
naturaleza busca la noche para parir. De la misma forma, los lugares que la
hembra elige para dar a luz (fíjense: dar a luz) son oscuros y resguardados.
Este sabio instinto se va perdiendo en los animales domésticos de granja, y
desaparece completamente en la mujer, que pare en hospitales iluminados
artificialmente de tal forma que no importa qué hora sea. De hecho una de las
preguntas más habituales que hace la madre moderna después de un largo parto
es: “¿Qué hora es? ¿Es de día o de noche?”, pues en los hospitales modernos es
muy fácil perder la orientación temporal y no saber la hora. No obstante,
nuestro organismo sufre las consecuencias de nacer sobre potentes focos de luz
artificial. Si nos preguntaran qué iluminación sería la apropiada para un
nacimiento no traumático, responderíamos que una no superior en intensidad al
plenilunio. Por supuesto, esto resulta intolerable para la medicina moderna y
comprendemos que así sea. Y aun irritando a cualquier médico, sin embargo así
es: la naturaleza dicta nacer en penumbra.
Gusto: A propósito del tacto, ya se señaló la
inevitable violencia que sufre el recién nacido cuando siente el aire, el peso
y la intemperie de manera abrupta. Es por ello que en las últimas décadas la
medicina obstétrica moderna ha desarrollado técnicas de parto en el agua que, a
priori y sin haberlas estudiado en profundidad, parecen interesantes. El agua
es el elemento preponderante en la vida intrauterina. Cuando el niño nace, la
madre expulsa también todos los fluidos que hicieron la gestación posible. Al
observar el mundo animal, comprobamos que toda madre lava a sus hijos tras
estos nacer. Más aún: la gran mayoría de los mamíferos hembra comen las
expulsiones del parto, especialmente la placenta. Si alguien ha presenciado el
parto de una gata o de una perra, comprobará que a los pocos minutos de dar a
luz, en la zona no queda ni rastro del parto. Después de limpiar el área, la
madre lame a sus cachorros durante varios minutos (¡en ocasiones horas!) hasta
que estos quedan sin rastro de grasa, sangre o humores. ¿Deberíamos exigir este
pulcro comportamiento a las madres humanas? ¡Claro que no! Este instinto está
sublimado en el ser humano a través del baño que el recién nacido recibe tras
nacer y que, a ser posible, sería conveniente que lo diera la madre, con sus
propias manos, y con agua (no clorada) a una temperatura próxima a la corporal.
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