III- TERCER SISTEMA. CULTO DE LOS SÍMBOLOS O IDOLATRÍA.
"Cuando el pueblo agricultor, fijó su atención en los astros, conoció la necesidad de distinguir los individuos o los grupos de ellos y de nombrarlos con propiedad, para entenderse en su designación; pero se presentó una gran dificultad, porque de una parte, siendo los cuerpos celestes semejantes en sus formas, no ofrecían carácter especial para su denominación; y por otra, el idioma, pobre al nacer, no tenía expresiones para tantas ideas nuevas y metafísicas. El móvil ordinario del ingenio, que es la necesidad, supo vencer estas dificultades. Habiendo reparado que en la revolución anual, se hallaban constantemente asociadas al salir y al ponerse ciertas estrellas, la renovación y aparición periódica de los productos de la tierra, y así como lo estaban a la posición relativa de dichas estrellas con el sol, término fundamental de todas sus comparaciones, combinó el espíritu en su pensamiento las analogías observadas entre los objetos terrestres y celestes: y fue muy natural esta reflexión, así como lo fue el aplicar un mismo signo a las estrellas o los grupos que formaba, dándoles los mismos nombres que tenían los objetos terrestres que con ellas se relacionaban.
De este modo el Etíope de Tebas llamó astros de la inundación o vierte-aguas, a los que se hallaban presentes cuando el río empezaba su inundación; astros del buey o del toro aquéllos bajo los cuales convenía arar las tierras; astros del león, los que se veían en el cielo, cuando este animal arrojado de los desiertos por la sed, se presentaba en las orillas del río; astros de la espiga o de la virgen segadora, aquéllos en cuya época se recogía la cosecha; astros del cordero, astros del cabrito los que brillaban cuando nacían estos animalitos preciosos; y por este primer procedimiento vieron vencidas algunas de las dificultades que al principio encontraron.
Pero a más de ésto había reparado el hombre, en los seres que le rodean, ciertas cualidades distintivas y propias de cada especie: la primera de sus operaciones fue, como se ha visto, la de aplicar un nombre para designarlos; y por medio de la segunda encontró una manera ingeniosa de generalizar sus ideas; pues trasladando el nombre ya inventado a lo que presentaba una propiedad o una acción análoga, enriqueció su idioma con una metáfora perpetua.
Habiendo observado el mismo Etíope que la época de la inundación correspondía siempre con la presencia de una hermosa estrella, que se manifestaba hacia el nacimiento del Nilo, y que parecía advertir al labrador que se preparase contra la sorpresa de las aguas, comparó esta acción con la del animal que advierte de los riesgos con sus ladridos, y llamó a este astro el perro, el can, el ladrador; del mismo modo llamó astros del cangrejo, a los que se descubrían cuando llegando el sol al límite del trópico retrocedía marchando hacia atrás y de lado como el cangrejo o cáncer; dio el nombre de astros del macho cabrío a los que veían cuando llegando el sol al punto más culminante o elevado del cielo, a la parte más superior de gnomon horario, imitaban la acción del animal que trepa o se encarama sobre las puntas de las rocas; llamó astros de la balanza, a los que lucían cuando la igualdad de los días y las noches se asemejaba al equilibrio de este instrumento; astros del escorpión, a los que se observaban cuando ciertos vientos traían un vapor que abrasaba como el veneno del escorpión. Por ésto llamó también anillos y serpientes a la traza que señalaban las órbitas de los astros y los planetas; y tal fue el medio general con que dio nombre a todas las estrellas, y a los planetas por grupos o individuos, según sus referencias con las operaciones del campo y de la tierra, y según las analogías que observó cada nación con los trabajos de la agricultura, y con los objetos de su clima y de su suelo.
Procediendo así, resultó que entraron en asociación con los seres superiores y poderosos del cielo, los seres abyectos y miserables de la tierra; y esta asociación se estrechó por el carácter mismo del idioma y el mecanismo del espíritu. Se decía, usando de una metáfora natural: El toro esparce sobre la tierra los gérmenes de la fecundidad (refiriéndose a la primavera); y produce la creación y la abundancia de las plantas (que nutren). El cordero (o carnero); libra los cielos de los genios maléficos del invierno; salva al mundo de la serpiente (emblema de la estación de las lluvias), y vuelve a traer el reino del bien (el estío, estación de los placeres). El escorpión derrama su veneno sobre la tierra, esparce las enfermedades y la muerte, etc., etc.". En el mismo sentido metafórico se explicaban los demás efectos semejantes.
Este lenguaje, entendido por todos, subsistió al principio sin inconveniente; pero andando el tiempo, y cuando se arregló el calendario, como el pueblo no necesitaba ya observar el cielo, perdió de vista el origen y motivo de estas expresiones; y quedando sus alegorías en un enlace continuo con los usos de la vida, resultaron algunos inconvenientes fatales para el entendimiento y la razón. Acostumbrado el ánimo a reunir los símbolos con las ideas de sus modelos, llegó a confundirlos: entonces aquellos mismos animales que el pensamiento había transportado a los cielos, volvieron a bajar sobre la tierra; pero vestidos ya en este regreso con las galas de los astros, se apropiaron sus atributos, y alucinaron a sus mismos autores. El pueblo creyó entonces ver cerca de sí a sus Dioses y les dirigió con más facilidad sus súplicas; pidió al carnero de su rebaño los benéficos influjos que esperaba del carnero o cordero celeste; rogó al escorpión que no esparciese su veneno sobre la naturaleza, reverenció el cangrejo del mar, el escarabajo del lodo y el pescado del río; y por una serie de analogías erróneas, pero enlazadas, se perdió en el laberinto de los absurdos consiguientes.
He aquí el origen de ese culto antiguo, y extravagante de los animales; he aquí por qué progresión de ideas, pasó el carácter de la Divinidad a los animales más viles, y cómo se formó el sistema teológico, muy vasto, muy complicado y muy sabio, que llevado desde las orillas del Nilo de región en región por el comercio, la guerra y las conquistas, se apoderó del mundo antiguo; sistema que, modificado por el tiempo, las circunstancias y las preocupaciones, se manifiesta todavía a las claras en cien pueblos diferentes y subsiste como base íntima y secreta de la teología de los mismos que le desprecian y repelen".
Al oír estas palabras varios grupos dieron a entender su desaprobación con sus murmuraciones y el orador continuó así: "Ved de dónde viene, por ejemplo, entre vosotros, pueblos Africanos, la adoración de vuestros ídolos, animales, plantas piedras y pedazos de madera ante los cuales no hubieran vuestros antiguos padres tenido el delirio de postrarse, si no hubiesen visto en ellos unos talismanes en que se había ingerido la virtud de los astros. Ved vosotras, naciones Tártaras, el origen de vuestros muñecos y mamarrachos y de todo ese aparato de animales con que embadurnan vuestros chamanes sus magníficos trajes. Ved el origen de esas figuras de pájaros y de serpientes, que todas las naciones salvajes se estampan sobre la piel con ceremonias misteriosas y sagradas. ájaros y de serpientes, que todas las naciones salvajes se estampan sobre la piel con ceremonias misteriosas y sagradas. Y vosotros, Indios, en vano os queréis cubrir con el velo del misterio; el gavilán de vuestro Dios Vichnú no es más que uno de los mil emblemas del sol en Egipto; y vuestras encarnaciones de un Dios en pescado, en jabalí, en león y en tortuga y todas sus monstruosas aventuras, son metamorfosis del astro que pasando sucesivamente en los signos de los doce animales (del zodíaco), se supuso que tomaba sus formas y que llenaba sus funciones astronómicas.
Vosotros, Japoneses, tenéis en vuestro toro que rompe el huevo del mundo, aquél del cielo que en otro tiempo abría la edad de la creación, o el equinoccio de la primavera; y ese es el mismo buey Apis, que adoraba el Egipto y que vuestros antepasados (o doctores judíos) adoraron igualmente en el ídolo del becerro de oro.
Es también vuestro toro hijo de Zoroastro, el que sacrificado en los misterios simbólicos de Mitra, derramaba una sangre fecunda para el mundo, y en cuanto a vosotros cristianos, vuestro buey del Apocalipsis, con alas, símbolo del aire, no tiene tampoco otro origen; así como vuestro cordero de Dios, sacrificado, como el toro de Mitra, por la salvación del mundo, no es sino ese mismo sol en el signo del carnero celeste, al cual, abriendo el equinoccio en una edad posterior, se le atribuyó la virtud de libertar el mundo del reino del mal, es decir, de la constelación de la serpiente, de aquella gran culebra madre del invierno y emblema del Ahrimanes o Satanás de los Persas, vuestros maestros. Sí, en vano vuestro celo imprudente condena a los idólatras a los tormentos del Tártaro, que ha inventado toda la base de vuestro sistema es el culto del sol, cuyos atributos habéis reunido sobre vuestro personaje principal. Es el sol el que bajo el nombre de Orus, nacía como vuestro Dios, en el solsticio de invierno, en los brazos de la virgen celestial; es él quien pasaba una infancia humilde y pobre, como lo es la estación de los fríos: es él mismo, el que perseguido por Tifón y por los tiranos del aire, bajo el nombre de Osiris, era muerto, encerrado en un sepulcro oscuro, emblema del hemisferio de invierno y que levantándose después de la zona inferior hacia el punto más culminante de los cielos, resucitaba vencedor de los gigantes y de los ángeles destructores.
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