EL SOL

LA ASTROLOGÍA es el recipiente sagrado que todavía tiene el potencial de reunirnos con nuestro universo circundante y lo que contiene. Al observar conscientemente la interacción significativa entre los ciclos planetarios en los cielos y nuestras experiencias vividas, reconstruimos el otrora sentido común de que somos participantes vivos en los procesos inteligentes aunque misteriosos del Universo, no exiliados y abandonados en un erial aleatorio y sin sentido. Philip Levine
PUNTOS MEDIOS Y ASTROLOGÍA
Martes, 1 de Abril de 2025
21:44:39
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martes, 30 de abril de 2019
ASTROLOGIA ESOTERICA CXLI
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EL SOL
Estas tapas, que
son intensas, están indisociablemente vinculadas con el karma y el dharma del
individuo. Astrológicamente hablando, la filosofía religiosa del hombre, que lo
sustenta a lo largo de su viaje terrestre, está representada por la novena
casa. La décima que sigue a la novena casa, sugiere astrológicamente que la
fructificación de la novena casa es la décima, es decir, dharma debe resultar
en un karma sin el cual sería simplemente una profesión vacía sin ningún
significado real. Una perfecta coordinación de la 9ª y de la 10ª, es decir, la coordinación entre
el dharma y el karma conduce a uno de los yogas más efectivos en astrología que
otorga la mayor bendición del Todo Absoluto. Cuando los señores de la novena (dharma)
y de la décima (karma) están en conjunción en cualquiera de estas casas,
confieren un yoga muy auspicioso que otorga éxitos en todas las empresas. La
rara eflorescencia de la humanidad nace bajo esta combinación que, de hecho, es
el resultado de estas tapas que surgen de la integración del dharma y el karma.
Las tapas también se pueden comparar con el proceso de autorrealización que los
alquimistas llamaron Ablutio cuando nigredo, el metal base, es decir, los seres
humanos terrestres, disolvieron las impurezas en el crisol del científico para
obtener oro puro, la esencia pura del ser.
Durante el
proceso de purificación, uno debe voltear la mirada hacia el hogar. Por eso,
los antiguos sabios arios consideraron que pravrajya (renunciación) es un
atributo de este Bhava. Pero, todos, bajo su impulso, no tienen este impulso de
Liberación. Muchos quieren salir y fusionarse en las actividades mundanas para
obtener poder, autoridad, reputación, estatus social y demás. La palabra
sánscrita vasana, que significa vestimenta, da una pista de la naturaleza
misteriosa de esta casa. Esta palabra se deriva de la palabra raíz vasam, que
significa la morada. Desde este punto de vista, los antiguos videntes
consideraron que la décima era la casa de morada del Espíritu. Incluso si
consideramos que significa la vestidura, la ropa, sugiere que la décima es el
medio a través del cual el Espíritu se expresa a sí mismo.
Vyapra, que
significa transacciones comerciales, o el comportamiento del individuo en el
negocio ordinario de la vida, también se refiere al mismo acto. Cuando el
Espíritu desciende a esta tierra, actúa de cierta manera. Cuando encontramos a
un individuo actuando en una situación específica, tratamos de visualizar qué
tipo de hombre es. Esto también indica la naturaleza del espíritu residente:
los impulsos internos del ser se expresan solo a través del comportamiento
externo de la persona. La espiritualidad del individuo se expresará a través de
hechos religiosos, filantrópicos y justos. La tranquilidad interior se conocerá
por el resplandor exterior, la inspiración que se da al cansado y al odio hacia
el individuo frente a las pruebas de la vida sin ningún tipo de problemas.
Obviamente, en la vida cotidiana, vyapara vincula al Hombre Interior con las
circunstancias externas. Este tipo de relación está claramente indicada por la
palabra krishi, agricultura. Los antiguos probablemente no querían distinguir
entre la agricultura, el comercio, y la industria.
lunes, 29 de abril de 2019
METAFÍSICA DEL NACIMIENTO VII
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METAFÍSICA DEL NACIMIENTO - FINAL
Pero incluso la
inteligencia natural deja sus huellas en los instintos sublimados del ser
humano. Si bien no existe ni una sola madre humana que limpie a lametazos a su
hijo recién nacido, tampoco se encontrará a una sola madre que no bese a su
niño después de nacer. Toda madre besa a su hijo tras el parto, y el “beso
materno” tiene una dimensión que trasciende lo higiénico, lo instintivo, o
incluso lo afectivo. El “beso materno” es, sobre todo esto, parte del verdadero
nacimiento: el espiritual.
El animal hembra
lame, la mujer madre besa… y en esencia, están haciendo lo mismo: limpiar a su
hijo y prepararlo para un nuevo modo de vida. La bioquímica moderna reconoce
que en la saliva se encuentran sustancias desinfectantes y cicatrizantes como
la histatina y la lisozima. Y aun siendo todo esto cierto, el beso de la madre
no se queda en el dominio bioquímico; son trasmisiones sutiles las que
proporciona el beso materno, vitales para el desarrollo humano. Esta relación
bucal se completa recíprocamente con la primera mamada del pecho. Al igual que
con la boca, por la mama la madre transmite a su hijo nutrientes no sólo
físicos (leche, y con ella enzimas, hormonas, etc.) sino también nutrientes
anímicos que aunque la ciencia moderna es incapaz de identificarlos, son al
menos tan importantes como aquellos. Gran número de desórdenes psicológicos y
afectivos en adultos, vienen de la contaminación de este comportamiento
natural: la madre toca, besa, da de mamar… a su hijo. Estoy convencido de que
si se permitiera a todas las madres actuar en el parto según su inteligencia
natural (tocar, besar, lamer, bañar… a su hijo), sería más difícil de encontrar
en nuestras sociedades a psicópatas, mentirosos, racistas, violentos, sádicos y
demás gente que, visto de esta forma, sólo merecerían compasión y lástima. Un
niño besado por su madre en las primeras horas de vida, tendrá más
posibilidades de vivir feliz que otro que no fue naturalmente tratado.
Olfato: En el ayurveda indio así como en el
hermetismo mediterráneo, en el samkhya drávida, en la medicina tradicional
china… el olfato es el sentido relacionado con la tierra y, por lo tanto, con
la misma corporeidad, con el aspecto más tosco y material de la manifestación.
En el terreno endocrinológico, el nacimiento es una auténtica orgía de
secreción hormonal por parte de la madre y del niño. Y tras esta loca fiesta
alquímica de la vida, el niño nace con un aroma inconfundible. Pueden
encontrarse incluso niños recién nacidos que no son bonitos; de hecho, hay
recién nacidos ciertamente horripilantes… sin embargo, todo recién nacido huele
bien. Olor a bebé. ¿Quién ha olido alguna vez a un niño de pocas semanas y no
ha dicho: “¡Qué bien huele!”? Ese aroma de bebé es el reflejo en el ámbito
olfativo de esa armonía innata en la que el ser humano se encuentra. El ser
humano estrena su corporeidad tras nacer, y con ella también una nueva gama
sensorial y, ante todo, una identidad. Ya no es más un anexo dependiente del
vientre materno. El nacido respira, transpira, encara la luz, grita, mama… y
tiene su olor personal, intransferible e íntimo que lo diferencia del resto.
Los niños de pocos días de vida pueden parecerse entre ellos hasta el punto de
alguna madre despistada confundirlos. Sin embargo, jamás una madre ciega
confundiría a su hijo con otro, pues basta oler a su hijo para diferenciarlo de
entre un millón. El olor es nuestro verdadero y único carnet de identidad… ¡el
resto es inútil burocracia!
Y precisamente
ahí, en nuestra identidad individual, se culmina el proceso del nacimiento
desde la perspectiva que nos interesa: la metafísica. Desde este punto de
vista, nacer es pasar de lo inmanifestado a lo manifestado (nuestro cuerpo), de
lo amorfo a la forma individual (la nuestra), de lo universal a lo particular
(cada uno de
nosotros). De hecho, si comenzamos el
artículo con la universalidad del nacimiento, lo concluimos con la obviedad de
la diversidad del ser humano. Todos los seres humanos nacen, y aun así,
compartiendo todos la misma experiencia, no se encontrarán dos seres humanos
idénticos. Para la naturaleza, la igualdad es un anatema: ningún par de
individuos (de lo que sea) son iguales, ni tan siquiera los gemelos o los
clones artificiales con los que la infame ingeniería genética está jugueteando
desde ya unas décadas.
Desde un punto
de vista teológico, se llama “creación” al misterioso proceso que va desde la
unidad primordial a la multiplicidad, del “uno” inmanifiesto al “muchos”
manifestado. El hombre, como ser creado, participa de este misterio al elegir
nacer libremente como ser individual, con una responsabilidad, con una
libertad, y con una identidad propia, única e irrepetible. El lazo que une ese
ser creado individual con el principio creador universal es estricta, rigurosa
y etimológicamente, lo que se designa como “religión”. “Religión” es la
relación vertical de lo primordial y universal con lo contingente y lo
particular (es decir, cada uno de nosotros). Por lo tanto, contemplando esta
polaridad, se comprende que mientras desde la perspectiva universal hay una sola
y única religión, desde la perspectiva contingente y formal, hay muchas
religiones, tantas como seres individuales. De la comprensión de esta
misteriosa ambivalencia, depende que el ser humano haga de la llamada
“religión” lo que en verdad es (una unión en el eje vertical), y no otro
pretexto de división con sus semejantes, de odio hacia el que es diferente, y
de querellas miserables entre bestias ignorantes.
Con el
nacimiento, el ser humano se manifiesta en el misterio de la ilusoria
multiplicidad, mientras al mismo tiempo es parte integral de una unicidad que
le trasciende, que nos transciende. Es por ello por lo que el mismo acto de
nacer es un símbolo idóneo del proceso cosmológico, incluso en sus más
insignificantes detalles.
El ser humano
pasa de la potencia pura del vientre materno, a una vida en acto, formal e
individual. Pasa de la esfera uterina en líquido amniótico de gravedad cero, al
eje horizontal de la individualización, de la masa, y del peso. Pasa del estado
celeste de la vida prenatal al estado terrestre. De hecho, debido a la
estructura orgánica humana, el trabajo de parto es ante todo un descenso, una
bajada, una caída de arriba hacia abajo. La gravedad es la fuerza física que
más interviene en el nacimiento, y es por ello que el modo más ergonómico para
parir es la verticalización del tronco y de la pelvis, o bien a través de la
postura de cuclillas, o bien sentada, de rodillas, o directamente en pie. Sólo
recientemente la sabiduría natural de la mujer se ha atrofiado por la
imposición médica de la postura de decúbito supino, la cual sólo es idónea para
una auscultación obstétrica y para una intervención quirúrgica (que el parto
normal no cesariano no es), pero en ningún caso para el trabajo de la madre y
del niño. Así, en situaciones naturales y normales, el recién nacido “cae” en
la tierra en su estado primordial, inmaculado y puro, literalmente a los pies
de su madre.
Dentro de una
expresión tradicional a la que tan injustamente se ha generalizado acusar de
misoginia como es la musulmana, hay un hadiz aceptado por todas las
sensibilidades escolásticas que afirma que “el paraíso está a los pies de las
madres”. Y profundizando en esa experiencia universal de nacer, se comprueba
hasta qué punto estas proféticas palabras expresan la verdad: sólo volviendo a
nuestro nacimiento conoceremos nuestro estado primordial. Es necesario volver a
nacer para conocer la vida plena.
domingo, 28 de abril de 2019
METAFÍSICA DEL NACIMIENTO VI
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METAFÍSICA DEL NACIMIENTO
por Ibn Asad
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METAFÍSICA DEL NACIMIENTO
Vista: Otro prejuicio generalizado sobre la
vida in utero no sólo popular sino también establecido en profesionales de la
obstetricia, es que la persona intrauterina está ciega y no ve nada al nacer
porque tiene los ojos semicerrados o cerrados. Es falso. De nuevo, el niño no
sólo ve sino que ve más y mejor que cualquiera de nosotros. Tal es su
“clarividencia”, que puede ver (¡y de qué manera!) sin enfocar, sin fijar y con
los párpados cerrados. En embriología el sentido de la visión se forma a partir
de la cuarta semana de gestación. Como con el oído, su estructura sutil está en
funcionamiento aún antes.
Si nos fijamos
en el tránsito respiratorio, el auditivo… que supone el nacimiento, comprobamos
que no es tan abrupto: el nacimiento natural sigue unos tiempos que cuidan y
preparan al niño para los diferentes cambios orgánicos. Somos nosotros,
humanos, y nuestra ignorancia los que nos hemos esforzado en hacer del
nacimiento algo violento, tortuoso, y traumático para un recién nacido en el
que nadie piensa verdaderamente. ¿Qué piensa el niño de todo esto?
Por ejemplo: la
luz. En las salas de parto modernas nos encontramos con luces alógenas,
fluorescentes, lámparas cialíticas y proyectores de luz que facilitan el
trabajo del médico. Este equipamiento ayuda mucho al obstetra… ¿Pero alguien se
ha preguntado qué opinión tiene el recién nacido sobre pasar en un segundo de
la tiniebla del vientre materno a ser abrasado por un cañón de luz artificial
de gran potencia voltaica? Algunos dirán: “Él no opina; él no ve.” Pero el
gesto de horror y las manitas llevadas instintivamente a la cabeza, indican
otra cosa.
Si observamos el
reino animal, nos damos cuenta enseguida que la gran mayoría de hembras
mamíferas se ponen de parto bien al atardecer o bien en plena noche. La
naturaleza busca la noche para parir. De la misma forma, los lugares que la
hembra elige para dar a luz (fíjense: dar a luz) son oscuros y resguardados.
Este sabio instinto se va perdiendo en los animales domésticos de granja, y
desaparece completamente en la mujer, que pare en hospitales iluminados
artificialmente de tal forma que no importa qué hora sea. De hecho una de las
preguntas más habituales que hace la madre moderna después de un largo parto
es: “¿Qué hora es? ¿Es de día o de noche?”, pues en los hospitales modernos es
muy fácil perder la orientación temporal y no saber la hora. No obstante,
nuestro organismo sufre las consecuencias de nacer sobre potentes focos de luz
artificial. Si nos preguntaran qué iluminación sería la apropiada para un
nacimiento no traumático, responderíamos que una no superior en intensidad al
plenilunio. Por supuesto, esto resulta intolerable para la medicina moderna y
comprendemos que así sea. Y aun irritando a cualquier médico, sin embargo así
es: la naturaleza dicta nacer en penumbra.
Gusto: A propósito del tacto, ya se señaló la
inevitable violencia que sufre el recién nacido cuando siente el aire, el peso
y la intemperie de manera abrupta. Es por ello que en las últimas décadas la
medicina obstétrica moderna ha desarrollado técnicas de parto en el agua que, a
priori y sin haberlas estudiado en profundidad, parecen interesantes. El agua
es el elemento preponderante en la vida intrauterina. Cuando el niño nace, la
madre expulsa también todos los fluidos que hicieron la gestación posible. Al
observar el mundo animal, comprobamos que toda madre lava a sus hijos tras
estos nacer. Más aún: la gran mayoría de los mamíferos hembra comen las
expulsiones del parto, especialmente la placenta. Si alguien ha presenciado el
parto de una gata o de una perra, comprobará que a los pocos minutos de dar a
luz, en la zona no queda ni rastro del parto. Después de limpiar el área, la
madre lame a sus cachorros durante varios minutos (¡en ocasiones horas!) hasta
que estos quedan sin rastro de grasa, sangre o humores. ¿Deberíamos exigir este
pulcro comportamiento a las madres humanas? ¡Claro que no! Este instinto está
sublimado en el ser humano a través del baño que el recién nacido recibe tras
nacer y que, a ser posible, sería conveniente que lo diera la madre, con sus
propias manos, y con agua (no clorada) a una temperatura próxima a la corporal.
viernes, 26 de abril de 2019
METAFÍSICA DEL NACIMIENTO V
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METAFÍSICA DEL NACIMIENTO
por Ibn Asad
El nacimiento
rompe la armonía vital del recién nacido y esa “armonía” no expresa algo en
sentido figurado, sino que efectivamente existe una armonía sonora, vibratoria,
musical. Esa experiencia límite suele profanarse también por parte de médicos,
enfermeras, padres, familiares… que acostumbran a estar de cháchara alrededor
de la madre en el momento de parto. ¿Es difícil de creer que las primeras
palabras exteriores que un gran porcentaje de recién nacidos escuchan sean
nerviosos comandos gritados del estilo de “¡Empuja!”, “¡Vamos!” o “¡Respira!”?
El respeto y el silencio son palabras sinónimas. Ante lo sagrado uno guarda
silencio. Poco importa que sea ante una catedral europea, una mezquita persa o
un santuario budista del sureste asiático, no es necesario pedir silencio… ¿Por
qué ante una madre pariendo a veces en necesario?
Ese silencio que
une dos modos de una misma vida, sólo debería ser roto por el propio recién
nacido. El grito. El llanto. Después de la primera bocanada de aire, nuestra
primera comunicación es una queja, una reclamación, un poema sobre el dolor.
Parece inevitable que así sea: nacer ensordece, respirar quema, existir duele.
Ante lo desagradable de nacer, es comprensible reaccionar con el llanto más
estremecedor que unos pulmones vírgenes son capaces de producir. El recién
nacido nace; el recién nacido llora. Y no dejará de llorar hasta que armonice
su voz con la voz materna que lo protegía en el interior intrauterino. Por eso,
el contacto madre-recién nacido no debería romperse en las primeras horas de
vida. No es sólo que la madre necesite estar con su hijo; es que el hijo
necesita escuchar a su madre. Necesita su voz. En rupturas de esta comunicación
inmediatamente posteriores al parto, está la causa de múltiples trastornos de
la audición, mudeces, tartamudeces y otros problemas en el habla.
Tacto: La piel es el órgano sensitivo que se
extiende por toda la superficie del cuerpo, por lo tanto, tras el oído (sentido
primordial por antonomasia y así registrado por todas las tradiciones), es el
siguiente en aparición en la manifestación de la vida. Así es también en el
mundo intrauterino, donde el feto está en contacto táctil constante con el
líquido amniótico, con la vérnix caseosa, con la placenta, con el cordón
umbilical y con todo su entorno prenatal. Este amable contacto táctil se
modifica en las últimas semanas con las contracciones uterinas que preparan al
niño para lo que va a ser su prueba de fuego: el nacimiento. Tras pasar por las
paredes vaginales, la piel del recién nacido entra en contacto con el aire,
pierde la referencia táctil del interior materno y siente –por primera vez en
su vida- la extraña y nueva condición de la intemperie.
Ahora imaginemos
esto: a la ya de por sí denterosa y desagradable nueva condición táctil del
recién nacido, la obstetricia moderna acostumbra a poner la piel del niño en
contacto con tejidos sintéticos (toallas…), plásticos (guantes de polisopreno y
látex), y metales. El contacto de la piel del recién nacido con todo tipo de
metales es algo que no tenemos inconveniente en desaconsejar con convencida
determinación. En muchos hospitales europeos y americanos, una de las primeras
cosas que los médicos obstetras hacían con el recién nacido era ponerlo en el
plato metálico de una báscula. Esta aberración ni se advierte por parte de un
personal interesado en medir, pesar y registrar las medidas de un ser humano
que no tiene ningún interés en ser medido, ni pesado, ni registrado en términos
cuantitativos. Lo único que necesita la piel de un recién nacido es el contacto
con otra piel, a ser posible, la de su madre.
jueves, 25 de abril de 2019
METAFÍSICA DEL NACIMIENTO IV
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METAFÍSICA DEL NACIMIENTO
por Ibn Asad
Por ejemplo: hay una costumbre adoptada
por muchos médicos modernos de todas las culturas que consiste en coger al
recién nacido por los pies, con todo el cuerpo colgando, como hace un pescador
que muestra la pieza de su pesca. Esta costumbre se debe a que, ciertamente,
sólo así resulta cómodo y seguro verticalizar al niño cuando aún está
recubierto de la blanquecina y resbaladiza grasa que lo recubría en su vida
intrauterina. La cuestión es: ¿Qué necesidad hay de verticalizarlo? Al menos el
recién nacido no tiene ninguna; y los gritos de dolor y su gesto desencajado
por el espanto y el horror, así lo indican. Imagínense esto:
Durante los
meses de gestación la columna vertebral permaneció arqueada (la famosa posición
fetal) alcanzando el mayor grado de arqueamiento y contracción en la semana
anterior al parto. Durante el trabajo final, la columna se retuerce y se
comprime para pasar por el sinuoso paso del canal de parto. Pues bien, tras
nacer, este niño con la columna encogida y aprisionada durante nueve meses, es
violentamente estirada de un solo golpe gravitacional. El médico lo cuelga como
si fuera un jamón en un bar español. Cabeza abajo. Con los pies presos. Con el
peso del cuerpo oscilando suspendido en el vacío. ¿No parece una salvajada?
Pensamos que al recién nacido también se lo parece. También pensamos que muchas
de las fobias relacionadas con el espacio (claustrofobia, agorafobia, miedo a
las alturas…) están generalizadas en la civilización global por esta costumbre
obstétrica habitual. También este trauma guarda relación con problemas de
equilibrio físico y emocional, vértigos y la recurrente pesadilla de “caer al
vacío”. Pues si una pesadilla se repite en los cinco continentes, no importa de
qué cultura, raza o religión estemos hablando, es muy probable que la causa de
ese trastorno esté en aquello que es común a todos. ¿Qué comparten en la
actualidad un argentino, un portugués, un egipcio y un australiano? Todos nacen
igual, con un parto estandarizado.
El nacimiento es
una experiencia universal. “Universal” porque iguala a todos los seres humanos
aboliendo raza, nación, clase social u otras categorías artificiales; y es una
“experiencia” porque, aunque se olvide, se experimenta a través de los cinco
sentidos. Tal es la gama sensorial de la que goza el bebé, que esta experiencia
puede calificarse sin duda de “extraordinaria”, tanto en intensidad,
influencia, dimensión e importancia vital. Y ahí está la causa de nuestro
olvido: la experiencia natal maneja vivencias sensoriales tan altas y fuertes,
que la memoria ordinaria del adulto es incapaz de hacer registro de algo así
vivido. Y sin embargo, sucedió, se vivió eso, se experimentó, se nació.
Como no existen
otras herramientas experimentales que los sentidos, hablaremos del nacimiento a
través de cada uno de los sentidos (en sánscrito, jnanendriyas) relacionados
con los diferentes órganos de acción (karmendriyas) y a su vez con las cinco
esencias elementales (tanmatras) según el ayurveda y su relación con el proceso
cosmológico (samkhya). Así:
Oído: El sentido del oído es el primer
sentido del despliegue cósmico en todas las expresiones tradicionales (logos,
pranava, quram, vak…) todo cosmos es, en su expresión más alta y primigenia, un
sonido, una voz, un nombre. Todo el mundo ya admite que el feto escucha sonidos
mucho antes de lo que vulgarmente se pensaba y la embriogénesis científica
convencional habla de un oído en formación a las cuatro semanas de gestación.
La persona pre-natal escucha de una manera mucho más nítida y amplificada de lo
que puede parecer. Pero no sólo la capacidad auditiva del prenatal es superior
a la nuestra; también lo es la modalidad auditiva. En el adulto la audición
está volcada hacia el exterior. La mayoría de nuestro espectro auditivo se
ocupa de fenómenos exteriores, reduciendo la audición interna a la respiración
y –algunas pocas veces- a los latidos del corazón (eso en los extraños casos de
relajación completa que deja la vida moderna).
Por el
contrario, la persona prenatal escucha lo interno más que lo externo, y ese
ámbito interno está prolongado al cuerpo materno. El funcionamiento visceral de
la madre, el ritmo del corazón, la respiración… es la música celestial que el
ser humano escucha durante los nueve meses más importantes de su vida. Y de
todos los sonidos orgánicos de la madre hay uno que deja la primera impronta
identificativa en la persona: la voz materna. Es difícil encontrar lenguas que
tenga palabras de género masculino para estos tres conceptos: “tierra”, “agua”…
y “voz”. La voz suele ser una palabra de género femenino porque la primera voz
es y siempre será (desde todos los puntos de vista, no sólo el físico y
evidente), una voz de mujer.
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