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SATURNO
(SATAN) EL PLANETA DEL MIEDO Y DEL DOLOR
La
inconsciencia como analgésico ciudadano by Ibn Asad
Después de esta
breve exposición de la utilidad invertida que la INFRAHUMANIDAD ha dado al dolor humano, habrá quienes piensen
que estas materias son ajenas a la mayoría de individuos. Al fin y al cabo,
sólo un número de personas residual (con respecto a la población mundial)
resulta víctima de un ritual satánico; y de la misma forma, muy poca gente ha
tenido acceso directo a programas de control mental gubernamentales, militares
o de otro tipo. Pensar así puede resultar reconfortante, no lo dudamos… pero
ello no se ajusta de ninguna manera a la realidad. Ya comentamos los paralelismos
de las organizaciones de ritualística infrahumana (masonería,
neoespiritualismos, ciertas iglesias…) con la estructura de las corporaciones
donde se desarrolla el mercado laboral moderno.
Más aún: en el
Capítulo 9, se vio que Tavistock Institute y la red de filiales y
organizaciones vinculadas, son los responsables de las políticas
corporativistas tanto en estructura, estrategia y organización de todo aquello
que designan como “recursos humanos”. La red que concibió el control mental
individual a través del dolor, resulta ser la línea de psicología moderna que
ha desarrollado elementos que el lector podrá encontrar en cualquier
corporación: procesos de selección, estructura de reuniones, estrategias de
mejora del ambiente laboral, administración de recursos humanos,
entrenamientos, programas de motivación, incentivos… (Por cierto, “incentivo”
resulta ser un término extraído directamente de la psicología conductivista
teórica, y se puede encontrar en varios autores, como B.F. Skinner. Por ejemplo,
el investigador ofrece un “incentivo” al ratón –agua con azúcar, comida o una
droga adictiva- y éste hace tal o cual cosa.) A poco que se reflexione sobre
todos estos elementos, se comprobará que la estructura corporativista se basa
en las mismas técnicas de control de la conducta que aquí se han tratado.
¿Duro?
Pues no sólo la
estructura laboral: también se vio en el Capítulo 9, que el trasfondo común de
los sistemas educativos resultaba ser el mismo, y éste no era otro que el que
aquí se trata. Por lo tanto, si el proceso educativo-laboral moderno iría (en
una media) desde los 4 a los 63 años, el lector puede comprobar que casi 60
años de vida de un hombre moderno estarían bajo dominio central de un sistema
científico de control de la conducta. ¿Duro? Lamentamos tener que arrojar estos
datos: 8 horas al día en una escuela o estudiando, 8 horas al día (o más)
dedicadas a la formación universitaria, 8 horas al día (o más) trabajando en
una corporación o en un puesto de funcionario; esto supone que 20 años íntegros
(7.300 días con sus noches; 175.200 horas), el ciudadano moderno los pasaría
dentro de un laberinto de ratón de Skinner, en un laboratorio de psicología
conductivista, en las manos del satanismo científico ya señalado. ¿Duro? No
tanto: algunos lo llaman “desarrollo profesional”, otros “realización
personal”, otros “vida activa”… nosotros preferimos usar un término quizás más
apropiado: esclavitud. En cualquier caso, se trata de una nueva servidumbre, un
nuevo paradigma de esclavitud. La imagen arquetípica del esclavo está asociada
a la del látigo del amo que siempre amenaza. En este caso, ¿Dónde está el
látigo? ¿Por qué ya no parece necesario? ¿Por qué no lo vemos?
Veamos el
currículum vitae de un ciudadano medio de cualquier sociedad moderna de un país
desarrollado con brevedad y con las inevitables generalizaciones: un niño nace,
y acto seguido, es vacunado por el miedo que sus padres tienen a las
enfermedades. Posteriormente, con cuatro o cinco años, sus padres le
escolarizan por miedo a no poder ofrecerle ellos mismos una educación que
integre a su hijo en una sociedad a la que tienen miedo. El niño crece
aprendiendo de un profesor al que tiene miedo, comportándose según los patrones
establecidos por miedo a no ser aceptado por el grupo, respetando a otros niños
y profesores que amenazan a través del miedo. El niño continúa insertado en el
sistema educativo –“estudiando”- por miedo a decepcionar las expectativas
colocadas en él. Dentro de ese sistema, “escoge” una formación universitaria
por miedo al porvenir, miedo al futuro, miedo a quedarse encerrado: busca una
“salida” profesional. En este medio pre-universitario, se inicia en la
sexualidad, poniéndose un condón por miedo al SIDA.
Finalmente
inicia sus estudios universitarios según los miedos generales: carrera con más
“salidas”, preferencia de la familia miedosa, ambiente de miedo… En la
universidad tiene miedo a suspender, miedo a perder la “beca”, miedo a tener
que pagar más dinero por tener miedo; y, tras unos cuantos años de angustias y
miedos, se “gradúa” en un estudio del que tiene miedo que no sirva para
insertarse en el mercado laboral. Por este miedo, hace un “master”, una
“post-graduación”, una especialización porque tiene miedo de que lo ya
estudiado no sea suficiente. Paralelamente, como tiene miedo a la soledad,
conoce a una mujer y, tras cierto miedo al compromiso por parte de ambos,
deciden casarse, a pesar del miedo que supone hacerlo sin tener un empleo
estable. Sin embargo, él consigue un trabajo en una corporación a través de un
proceso selectivo que da miedo.
Trabaja en una
corporación más de 40 horas semanales por miedo a quedarse en el paro, y no
poder afrontar la hipoteca que firmó para vivir en un apartamento en el que su
mujer tiene miedo cuando se queda sola. Él obedece a un jefe al que tiene
miedo; inculca miedo a sus subordinados; actúa tal y como se espera de él por
miedo a no ser aceptado por la empresa; silencia indignidades que presencia
dentro del entorno de trabajo por miedo a romper el “secreto profesional”. Poco
a poco, es promocionado: él tiene miedo a no poder con tanta responsabilidad;
no tiene tiempo nada más que para el trabajo, y así su matrimonio se ve
afectado. Él tiene miedo de que su mujer le sea infiel, por lo que él mismo
engaña a su mujer con la secretaria, completamente a escondidas, porque tiene
miedo a que lo descubran. Sigue promocionando en el trabajo aunque tenga miedo
a la crisis y a los recortes de plantilla. Tiene poder adquisitivo y puede
comprar ciertos productos que aplaquen su miedo: firma seguros varios que
cubren riesgos a diferentes miedos (incendios, accidentes, terremotos…), apoya
activamente a partidos políticos que hablan del miedo a una amenaza terrorista,
se hace una vasectomía por miedo a tener más hijos de los que ya tienen (1 ó 2,
si es que tienen), compra una gran casa en las afueras de la ciudad por miedo a
la inseguridad del centro, y la blinda con muros, alarmas y cámaras por miedo a
los ladrones. Continúa trabajando en la corporación, y ahorra mucho dinero que
guarda en un banco por miedo a perderlo. También invierte en un plan de
pensiones porque tiene miedo de llegar a viejo sin garantías sociales; también
firma un seguro de vida con 50 años porque tiene miedo de morir demasiado
pronto. Así, con sesenta y pico años, se jubila en la empresa, y tiene miedo de
sentirse inútil y miedo a aburrirse.
Como defensa de
estos miedos, se convierte en un jubilado insoportable, y ese mal carácter le
causa algunos problemas de salud. Visita al médico, y este le mete el miedo en
el cuerpo, del infarto, del colesterol, del cáncer, de la artrosis… Evita todos
los vicios que ha tenido durante toda su vida, y que en la vejera le causan
miedo. Ya es tarde: enferma gravemente y –como tiene un miedo atroz a la
muerte- la medicina moderna hace todo lo posible para prolongar la enfermedad.
En una agonía mantenida con fármacos, los médicos le suministran potentes
opiáceos que alejan al moribundo del miedo al dolor. El ciudadano moderno
muere, y su último pensamiento fue observar el miedo a cuestionarse si la vida
así vivida tiene algún sentido…
¿Queda entendido? El motor del modo de vida moderno es uno: el miedo. Tal frenesí y
agitación no lo generan ni la voluntad, ni la personalidad, ni la libertad, ni
el destino, ni la libre elección… A poco que se reflexione se comprobará que
estas fuerzas apenas operan en la vida moderna. Todas las reacciones inertes
que el moderno identifica como “vida” no resultan ser sino un encadenamiento
causal y efectivo de miedos. Él es un rosario de miedos (individuales, colectivos,
racionales, irracionales…), y –a través de la gestión de esos miedos- el
ciudadano moderno construye su historia personal. Por supuesto que el miedo
puede ser algo natural: el hombre ve una serpiente, siente miedo, y reacciona
retrocediendo. Sin embargo, el número, la intensidad y la repetición de los
miedos del hombre moderno están muy lejos de ser algo natural. Es antinatural;
más aún, es una aberración, una imposición, un artificio de control sobre él.
¿Se puede saber a qué diablos tiene tanto miedo el hombre moderno?
William Lilly - Master Astrologer
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