EL MEGA RITUAL DEL 9/11 COMO TRAGICOMEDIA
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La Presidencia de George Bush – Inauguración 20 Enero 2001- 12:02 pm 38N54 – 77W02 (5)
Con relación a
la segunda cara, la exotérica o pública, veamos a continuación el aporte de
Juan B. Stam (teólogo y biblista norteamericano radicado en Costa Rica):
EL
LENGUAJE RELIGIOSO DE GEORGE W. BUSH: ANÁLISIS SEMÁNTICO Y TEOLÓGICO.
No olvidar que
Júpiter (regente de la casa 9ª y a
Sagitario, la de los viajes largos de la
mente en búsqueda de conocimiento), gobierna la justicia, valores, ética,
moral, la confiada expectación o FE, asuntos religiosos y actividades
religiosas, también el fanatismo, sacerdotes, ministros y pastores).
<<<>>>
Bush hijo se
presenta como «un hombre con Jesús en su corazón». Cuando un periodista le
preguntó quién era su filósofo sociopolítico favorito, Bush contestó: «Jesús, porque cambió mi vida». Eso
correspondía perfectamente al individualismo extremo del fundamentalismo, y
constituía lo que en el metalenguaje de sub-códigos evangélicos se llama «testimonio personal».
George W. Bush
comenzó a asistir a un grupo de estudio bíblico en 1984, después de dos décadas
de sufrir de severo alcoholismo. Asistió invitado por su amigo Don Evans, hoy
su secretario de comercio. Durante dos años, Bush y Evans estudiaron las
Escrituras, y Bush dejó atrás el alcoholismo. En el mismo proceso, logró
también enfocar su vida, antes difusa y confusa, en una cosmo-visión coherente
—o ideología— que correspondía a la mentalidad de los «evangélicos
conservadores» de su país.
El movimiento
evangélico conservador crecía entonces a pasos gigantescos en el escenario
norteamericano, especialmente dentro del partido republicano. Pronto, Bush hijo
se incorporó a la campaña de reelección de su padre. Junto con otro amigo
íntimo, Karl Rove (genio político, el estratega tras sus victorias y hoy su
asesor presidencial), se encargó del enlace con el sector «evangélico». Los dos
manejaron a la perfección la semántica de esa subcultura. Mientras otros
candidatos discutían los temas polémicos, Rove aconsejó a Bush que simplemente
hablara de su fe.
En la lucha
semántica del lenguaje religioso, Bush y Rove ganaron sin problemas, pues no tuvieron
rivales. Bush manejaba bien el lenguaje fundamentalista (y, en otro sentido,
ese lenguaje comenzó a manejarlo a él). Políticamente, su discurso ha sido muy
eficaz, pero teológicamente resulta mucho más problemático. No se parece mucho
al discurso del cristianismo histórico; deja totalmente de lado, por ejemplo,
los clásicos debates sobre la guerra justa. De hecho, su teología explícita no
parece profundizar más allá de algunas ideas muy generales y algunas palabras
repetidas con mucha frecuencia: fe, valores, religión, oración, la providencia,
el mal (asuntos típicos de Júpiter). Por otra parte, la «teología implícita»
detrás de su discurso provoca serias dudas y sospechas teológicas. Vamos a
analizar tres aspectos de esa teología implícita en el discurso de George W
Bush, que parecen rayar en antiguas herejías.
I.
El maniqueísmo
Esta antigua
herejía divide toda la realidad en dos: el Bien Absoluto y el Mal Absoluto. A
juzgar por el discurso de Bush, los Estados Unidos de América es una nación
engendrada por concepción inmaculada, que ha alcanzado la santidad total de la
teología wesleyana. Pero a los enemigos del país, Bush les aplica con toda su
fuerza la doctrina calvinista de la depravación total del ser humano: no hay
nada que pueda explicar la conducta malévola de esas personas, y mucho menos,
que pueda justificarla. En la sociedad estadounidense, por el contrario, parece
no haber entrado el pecado original. En la espiritualidad patriotera de Bush,
no cabe el menor espacio para el arrepentimiento ni siquiera para el auto-examen
crítico, mucho menos para una conversión a Dios. Dentro de ese esquema, ¿cómo
es posible ser realmente cristiano?
En el acto
memorial en la Catedral Nacional de Washington (14-09-2001), Bush proclamó en
términos amenazantes: «Esta nación es pacífica, pero feroz cuando
se la provoca a la ira». Estas eran como dos virtudes del país. Un mes
después, en una conferencia de prensa (15-10-01), dijo ingenuamente:
«Me confunde ver que hay tanto malentendido de lo que
es nuestro país, y que la gente nos pueda odiar... Simplemente no puedo
creerlo, porque yo sé cuan buenos somos. Tenemos que hacer un mejor trabajo al
representar a nuestro país ante el mundo. Tenemos que explicar mejor a la gente
del Medio Oriente, por ejemplo,... que es sólo contra el mal contra lo que
estamos luchando, no contra ellos».
¡No deja de
sorprender que exista en este mundo un país totalmente altruista, que vive
siempre luchando contra el mal! El presidente Bush ha repetido estos auto-elogios
nacionalistas como un mantra mágico: «Nosotros somos el país más pacífico de la
tierra», dijo en otra ocasión (09-11-02). En su informe al Congreso, en 2003
(«State of the Union», 29-01-03), el lenguaje humano casi no alcanzaba para
expresar su culto a la patria. Entre otros párrafos, sirvan estos de muestra:
o
Los americanos
son un pueblo resuelto, que ha superado cada prueba a la que lo han enfrentado
los siglos. Estados Unidos de América es una nación fuerte y honorable en el
uso de su poder. Ejercemos el poder sin
conquista y hacemos sacrificios por la libertad de extranjeros desconocidos.
o
Los americanos
son un pueblo libre, que sabe que la libertad es el derecho y el futuro de cada
nación...Esta nación pelea contra su voluntad... Buscamos la paz; luchamos por
la paz; pero a veces la paz tiene que ser defendida. Un futuro de terribles v
constantes amenazas no es en absoluto la paz. La adversidad ha revelado al
mundo y a nosotros mismos, el carácter de nuestro país.
Según estas
euforias patrioteras, la superioridad moral de los americanos queda confirmada
por su victoria sobre Irak, y no vale ninguna evidencia que demuestre lo
contrario. Cuando los periodistas que estaban en Bagdad interrogaban al general
Garner sobre las protestas masivas contra el ejército de ocupación, el General
contestó que esas protestas demostraban más bien que la democracia había
llegado a Irak. Después exclamó:
«Debemos mirarnos en el espejo y sentirnos bien
orgullosos, sacar el pecho y decir: ¡Maldito sea, somos americanos!»
En términos
bíblicos, la actitud autocomplaciente y santurrona de Bush sólo puede ser
tildada de fariseísmo:
«Te damos
gracias, Señor, que no somos como las demás naciones, terroristas, sin
democracia ni mercado libre».
Contra tales
pretensiones de santidad va dirigida la denuncia que hace Jesús de los
fariseos:
«Ustedes miran la paja en el ojo ajeno, pero no ven
la viga en su propio ojos».
Dado ese estado
de sublime inocencia de su propio país, como Adáam y Eva en el paraíso, el
presidente Bush ha encontrado una sola explicación del odio contra EE.UU.:
«Los terroristas
odian nuestra libertad».
Son tan malos,
que aborrecen el bien porque es bueno. En la Catedral Nacional (14-09-01), Bush
asumió la posición en la que seguiría insistiendo:
«Esta es una
lucha colosal entre el bien y el mal, y que nadie se equivoque: el bien péase
Estados Unidos] vencerá».
Nunca se ha
apartado de ese análisis simplista y maniqueo. En febrero de 2003 reiteró ante
la Asociación de Emisoras Religiosas que
«los terroristas odian el hecho... de que somos
libres para adorar a Dios como nos parezca».
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