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CAPÍTULO 3
LA LUNA DEVORADORA por Judy Hall
El problema, tanto para hombres como para mujeres, de vivir la vida insatisfecha de sus padres es que, si tienen éxito, surge una sombra: la de los celos y el resentimiento. El padre o la madre se pregunta:
- "¿POR QUÉ YO NO PUDE TENER ESO?".
Dado que el niño está programado para atender las necesidades de la madre, para asegurarse de que sea feliz, se encuentra atrapado en un terrible dilema. Desarrollar el enorme potencial de la Luna en Hades implica convertirse en uno mismo, pero mantener a la madre en su lugar significa ocultarse. Así, con demasiada frecuencia, se predispone sutilmente al niño al fracaso, para que el padre o la madre piense: "Bueno, no pasa nada, ella (o él) tampoco pudo".
HIJOS Y MADRES
Los hombres tienen una experiencia emocional diferente con sus madres. Existe una relación incestuosa entre los hombres con Luna en Hades y sus madres que, por lo general, no se da en la experiencia femenina. Se anima al niño a vincularse con la Madre —de por vida— y a permanecer exactamente eso: un niño, un PUER. Lo que sigue es la experiencia de un hombre con este tipo de maternidad, una historia que se repite una y otra vez.
Lincoln, un eterno niño mimado, es Capricornio con ascendente Aries. La Luna está en Tauro en cuadratura con Plutón en Leo y Venus en Acuario. (Los signos fijos aparecen con frecuencia en hombres y mujeres que han tenido experiencias particularmente difíciles y arraigadas con la Luna en Hades). De adolescente, estaba cautivado por su madre y le escribía poemas. Era su manera de transformar la insoportable dicotomía de ser amado y devoto compulsivamente al mismo tiempo, y de amar sin medida a la mujer que lo consumía. El poema que va más abajo es suyo, escrito cuando tuvo que regresar a casa de sus padres tras un tiempo en la universidad. Analizaremos más su historia cuando exploremos la adicción, pero esta es su mirada retrospectiva, a los 35 años, sobre lo que significó para él la sobreprotección paranoica de una madre asfixiante y distante:
«Mi madre me decía que siempre tuviera cuidado; la vida era una amenaza, siempre estaba ahí, esperando para lastimarme. No entendía lo que quería decir, y no quería saberlo… ahora lo sé; nunca dejó que la vida la tocara, y por eso siempre estaba esperando, atrapada en años de miedo y anhelo, muriendo cada día porque tenía demasiado miedo de dejar entrar la vida, y estaba demasiado sola para darse cuenta de que al mundo no le importaban sus sueños. Me advirtió que tuviera cuidado, pero nunca llegó a descubrir que ser precavido no sirve de nada: una vez que sales, todo es posible, y todo sigue su curso.
Me enseñó a ser cauteloso, y ahora miro a quienes sonríen y me pregunto qué querrán. Miro al cielo cada noche, cuento las estrellas, y cuando veo que la luna está justo donde debe estar, observo el mundo desde arriba».
Busco a alguien, a cualquiera que pueda hacerme daño, y descubro que el mundo sigue igual; da igual si estoy o no; está demasiado ocupado girando; y yo reviso cada sonido, cada sombra, cada señal, y todo encaja tan fácilmente en mi pesadilla de rompecabezas roto, que siempre se desmorona, intentando encontrar la pieza que falta, rechazando cada imagen que no muestra el rostro del miedo, la prueba de todas las advertencias de mi infancia; y la vida queda maltratada, sí, la vida es la única víctima: está retorcida, patas arriba, del revés, violada y destrozada para encajar en una imagen que me dio mi madre, una imagen que enmarcaba el mundo, que convertía cada momento en una amenaza, cada movimiento en una advertencia; sí, me alimenté de la leche de la ceguera humana...
Aprendí a vivir en un mundo en el que no podía confiar, aprendí a buscar peligro en cada paso, en cada gota de lluvia... Desde el principio fui precavido, armado contra el mundo entero, un mundo en el que no se podía confiar, un mundo sin corazón. Y mi madre aún cree en sus miedos; nunca ha salido de su mundo, tan lleno de amenazas y del coco acechando a la vuelta de la esquina. Es feliz dentro de su pequeña mentira privada; nada ni nadie pueden perturbarla, nada puede acercarse y nadie puede entrar.
Yo, en cambio, sigo caminando con un ojo mirando hacia adelante y el otro fijo en mi interior, cegado por una imagen que no tiene nada que ver con el mundo que me rodea, y es una mentira, una naturaleza muerta, algo que puedo ver a través de ella, y durante tanto tiempo me mantuvo ciego. Es la historia de mi madre, en blanco y negro, su venganza por la vida que negó, su manera de olvidar que no pudo, no quiso, no se abrió al mundo real, se negó a arriesgarse y traicionó al mundo, lo hizo encogerse, desvanecerse y detenerse. Encaja con su vida, y su vida encaja... para nada.
Me la mostró. Se aseguró de que conociera cada grieta, cada color inacabado, cada pincelada. No era broma. Hizo lo mejor que pudo, pero me dio un mundo en el que nunca podría vivir, demasiado asustada para respirar o siquiera soñar. Me alegra que se equivocara, pero me pregunto cuánto tiempo más podré seguir sin una imagen en la que creer...
Me dio su mundo, un mundo sin sol, sin luna, sin vida, sin risas, y sé que ella estaba equivocada, y qué demonios... me dio a luz y me envolvió con los harapos de sus sueños, sus miedos y las mentiras que se contaba a sí misma porque no podía ver lo que tenía delante... quizá sí podía... me pasó su pésima excusa para no vivir, pero nunca me dijo que era una traición sin vida, una muerte, un llanto... una imagen que nadie querría ver porque no hay nada que ver, y ahora lo veo todo, y los colores de mi madre son tan apagados, el marco tan equivocado, el gancho demasiado apretado, ¿y cuándo lo veré desaparecer?

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