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SATANÁS: EL ETERNO
PROMETEO por Gustavo Fernández
Reconozco
que he dudado sobremanera antes de sentarme a escribir estas líneas, siendo la
más sencilla de las razones la casi total seguridad de que, pese a mis
esfuerzos y al mejor empleo que sea capaz de hacer del idioma, seguramente no
seré comprendido por muchos de mis lectores o, lo que sería peor, seré mal
entendido. Porque lo que aquí me propongo demostrar es que vale la pena tratar
de rescatar un poco la imagen del individuo sin lugar a dudas más denigrado en
la historia de la humanidad: Satán.
En otro lugar he
realizado un estudio de la etimología de las palabras “demonio” y “diablo”, dos
sustantivos comunes para designar al, como se le suele llamar, Príncipe de las
Tinieblas. Lógicamente, no voy a poner
en duda la existencia del Mal sobre la Tierra. Lo que quiero significar es que,
si el Mal existe, éste no reside en las personificaciones o medios de los que
se valga el hombre para sus propósitos, sino en la naturaleza misma de sus
objetivos. En cierto modo, el mal es natural, ya que una ley del universo tan
concreta como es la llamada Ley de Entropía, dice que en éste todo tiende
naturalmente hacia la destrucción.
Si
dejo un automóvil un año abandonado a la puerta de mi casa, transcurrido ese
tiempo no tendré un vehículo más afinado, brillante, nuevo, sino uno totalmente
deteriorado. La energía, de cualquier tipo que sea, tiende naturalmente a
disiparse. Un objeto puesto en movimiento, si no está en un plano inclinado y
si no tiene un medio propio de propulsión, naturalmente desacelera hasta detenerse.
Todo se degrada, se diluye, se evapora, envejece y se olvida con el paso del
tiempo. La Mecánica, la Química, la Astronomía, la Psicología (¿acaso no nos es
más fácil pensar mal que bien de los demás?), la Historia (¡cuánto más fácil
nos es destruir que construir!) demuestran la validez de la ley de Entropía en
todas las áreas del ser y del cosmos. Y por ello el Bien –o, mejor dicho,
hacerlo– es una heroica y dificultosa gesta muchas veces destinada
inexorablemente al fracaso. Pero si de algo estamos todos conscientes es que,
en lo que respecta a hacer el Bien, aun cuando todo parezca jugar en nuestra
contra, no podremos tener paz en la conciencia si no hacemos el intento de
salir adelante. Y por absurdo que parezca es, precisamente, en este sentido que
la figura de Satanás adquiere otra dimensión.
Aclaremos algunas
etimologías, ya que usaremos, al mejor estilo católico, indistintamente la
palabras “Satanás” (“Satán” significa “el contrario”.¿Y si lo fuera en el
sentido de opuesto y complementario?), como Lucifer y, en lo que a este último
respecta, recordemos que quiere decir “portador de luz”. Algo contradictorio,
ciertamente, con la imagen que tenemos del susodicho.
Se ha escrito que
Lucifer era el más hermoso de los ángeles de Jehová y también el más querido y
que, ensoberbecido, se levantó en rebelión, por lo que cayó al Infierno. En
este punto podemos plantearnos algunas reflexiones lógicas. Si Jehová es
omnisciente y omnisapiente, brazo ejecutor e inteligencia rectora de una
Providencia donde para El todo está escrito, ¿acaso no previó la rebelión
luciferina?. Si así fue, ¿porqué la dejó salir adelante?. ¿No es un tanto
contradictorio pensar en un Ser lleno de bondad que tienta y luego castiga al
débil atraído por aquello que El mismo creó para tentar?. (Por favor, nada de
acotar “eso es un Misterio” porque con tal perogrullada no llegaremos a ninguna
parte). ¿No sería porque necesitaba de una fuerza en oposición para generar las
tendencias espirituales que movilizaran a los seres vivos de este Universo?.
Y, si se quiere
analizar con rigurosidad, ateniéndonos a los relatos del Génesis en lo que
respecta a la intervención diabólica en la expulsión del Edén, no podemos menos
que disentir con la actitud un tanto fascista de Dios: en efecto, el mismo
mantenía a Adán y Eva protegidos y ahítos en el Paraíso, pacíficos en su
ignorancia. Lucifer, la Serpiente (que, por otra parte, es el animal que
siempre ha significado en todas las culturas el pensamiento lógico, la ciencia
racional, el conocimiento técnico, como el dragón en China –los “maestros
llegados del cielo” eran dragones– o Quetzalcoátl –la “serpiente emplumada”
mexicana, o “serpiente voladora”, y ¿qué es una “serpiente voladora” sino un
reptil volador?–) les posibilita comer del Árbol del Bien y el Mal –en algunas
versiones, del “árbol de la Ciencia”– con lo cual esa protopareja adquiere
discernimiento y, en consecuencia, capacidad de decisión propia. Y esto parece
disgustar a Jehová: prefiere que su pueblo permanezca ignorante de intelecto y con
el estómago lleno. A propósito, eso me recuerda ciertas conductas políticas de
algunos gobernantes que hemos tenido...
Y según las
crónicas bíblicas, el castigo divino surge en cierto modo por miedo, ya que
–cito textualmente– “...Ea, expulsémoslos ahora, no ocurra que también coman
del Árbol de la Vida y alcancen la inmortalidad como nosotros...”. La Serpiente
pasa a ser tal a partir del castigo que le dicta la autoridad. Y recuerden
ahora otro mito, esta vez, el de un semihéroe cantado en su valentía por los
poetas a través de las épocas: Prometeo, que roba a los dioses el fuego para
los hombres y por ello se le castiga encadenándolo a una alta roca, donde todos
los días un águila devora sus entrañas que se regeneran por la noche, en un
suplicio destinado a ser eterno y sólo interrumpido por la decidida
intervención de un hombre en puja con los dioses, Hércules, quien lo libera de
su martirio.
El mismo Hércules
que, en otro de sus doce famosos “trabajos”, roba las manzanas de oro del jardín de las Hespérides, lo que en realidad
significa acceder a otro secreto divino, corporizado en la imagen simbólica de
la manzana. Las manzanas de ese jardín, en realidad fueron, según modernas
investigaciones, un acervo de conocimientos técnicos sobre agricultura y ganadería
que llega a Europa proveniente del norte de Africa, y hacen que Hércules sea
también castigado por los habitantes del Olimpo de la forma más cruel: obligan
a creer a la amada de Hércules que aquél le es infiel, empujándola a
envenenarlo con la sangre de un centauro que, embebida en sus ropas, le
producen tan atroces dolores que lo arrojan al suicidio en la pira funeraria.
Pero la Historia ha rescatado las glorias de Prometeo y Hércules: aunque ambos
sufrieron y, en cierta forma, fracasaron, son héroes históricos. Y está bien
que así sea: lo único que le da sentido moral a la Historia es la esperanza de
que “quizás la próxima vez...”. Sin ella, quedaría reducida a mera cronología.
De Hércules a las
tragedias cotidianas del hombre de la calle, se repite una y otra vez la frase
crucial: lo único que dignifica al ser humano es su capacidad de seguir
luchando aunque todo parezca estar perdido.
Y eso hizo Satanás.
Porque
por ser ángel de Jehová, era el primero en saber las consecuencias de su rebelión;
es ingenuo pensar que pudo creer poder cambiar la Providencia. Habiendo caído,
no buscó reconciliarse. Siguió en sus trece. Aun cuando él mismo sabe que todo
está perdido.
Como Prometeo, se
rebeló ante la ignorancia del ser humano, buscando darle otra opción, otro
punto de vista, otros medios para manejar la naturaleza. No se opuso a Dios:
engrandeció Su obra, que de meros peleles rozagantes y primitivos, juguetones
en los prados y con una permanente y sin duda bobalicona sonrisa en los labios,
nos llevó a transformarnos en seres pensantes, amantes, alegres, tristes,
desafiantes, furiosos, compasivos, vengativos, violentos, pacíficos, creativos.
A tonificar nuestros músculos, transpirar, exigir nuestras mentes, crear,
multiplicar, construir, destruir, volver a construir sobre lo destruido,
conquistar las cuatro regiones del mundo, volar cuando Dios no nos hizo con
alas, correr más rápido que la mejor de Sus obras, caminar por el fondo de los
mares cuando las branquias sólo son privilegio de los peces. Jehová nos dio la inteligencia que, en
potencia, encerraba la posibilidad de hacer todo ello, sí, pero sin Lucifer
nunca, en la beatitud del Paraíso, nos habríamos obligado a hacerlo. De
hecho, los ceñudos predicadores que elevan su odio a Lucifer por habernos hecho
perder las inerciales delicias del Edén, obedecen solamente a su propio
facilismo, alimentado por la Ley de Entropía: y ése es el verdadero peligro.
Si lo único que dignifica al ser humano,
insisto, es seguir luchando cuando todo está perdido, entonces Satanás es
la expresión más heroica del género humano. La expresión del inconformismo, de
la búsqueda racional, lógica, de no ceder al autoritarismo, al dedo digitador.
Es posible que
algún despistado crea, a la altura de estas líneas, que estoy haciendo apología
de los cultos satánicos y la magia negra: nada más alejado de la verdad. En
primer lugar, por el hecho de que sus asiduos concurrentes encarnan algunas de
las más deplorables mezquindades del espíritu humano, o bien acusan severas perturbaciones
psicológicas, conjunto éste de razones sumadas al frívolo esnobismo que lleva a
muchos niños aburridos de la alta sociedad a buscar por allí una vía de escape
tan destructiva como el consumo de estupefacientes. Por otro lado, no descreo
de las obras de Dios: sólo de las de un Jehová que, a fin de cuentas y como él
mismo lo señala en el Antiguo Testamento, es “el Dios de Israel”, que no el
mío. Pienso que el Dios Cósmico que rige este Universo no es tan represor,
vengativo, cruel e irresponsable como el que describe la Biblia. Pero de esto
hablaremos en otra oportunidad.
Existe un Mal,
eso es indudable, y el que anida en el hombre es mucho más terrorífico que
aquel mal satánico que ciertas Iglesias (palabra que viene del griego ekklesía:
“reunión de hombres”) trataron de vendernos: en efecto, ¿qué son los tormentos
infernales, según se los describe, al lado de las crueldades del género humano,
muchas de ellas cometidas en nombre de intereses tan sagrados como la Patria,
la propia Humanidad o el mismo Dios?. ¿Qué son los círculos infernales que el
Dante describía trémulo de pavor junto a Hiroshima, Biafra, Mi Lai, El
Salvador, Ruanda, Bosnia o, simplemente, la imagen de un pequeño muerto de
hambre a pocos kilómetros de una “city” financiera?. La imagen del “diablo” con
sus cuernos, sus patas de macho cabrío y su pene erecto (todas imágenes de
cultos regionales del norte europeo que fueron asociados con lo demoníaco por
los primitivos cristianos para desacreditar tales religiones simbolizantes de la
fertilidad, ante el avance del cristianismo), esa imagen, decía, provoca apenas
una sonrisa ingenua ante algunas, sólo algunas, de las fotografías que aparecen
en los periódicos de todos los días.
Y el Mal es
también dejarse arrastrar por la Ley de Entropía. No luchar por el Bien –que no
es propiedad exclusiva de los creyentes–, por construir, por ayudar, por
sonreír, por empujar juntos para que este viejo y querido mundo ruede en su
órbita algunos millones de años más. Pues lo verdaderamente demoníaco es el
olvido, el caos, la quietud paralizante, la oscuridad. En síntesis, la Nada.
¿Qué puede ser más terrible que pensar que nada habrá después de la muerte, que
seremos rápidamente olvidados por nuestros seres queridos, nuestra tumba
derruída y nuestras pertenencias extraviadas?. ¿Qué es más terrible que
sospechar que, en algún momento, pudiéramos no haber sido, que da lo mismo
haber pasado o no por esta vida?. Ese es el verdadero horror. Aun el infierno
encierra alguna esperanza...
Si ante el avance
del militarismo que sólo multiplicará rencores para las generaciones futuras
oponemos la defensa activa del pacifismo, es posible que nos prometan el
infierno. Si ante la prédica dogmática y sentenciosa de los clérigos elevamos
la cabeza y esbozamos cierta sonrisa de escepticismo, es probable, también, que
nos prometan el infierno. Si ante la palmada cómplice del político enarcamos
una ceja con disgusto, sí, nos prometerán el infierno. Pero si por encendernos
en el patrioterismo del brillo de los fusiles, la emoción supersticiosa de las
Iglesias o la dádiva demagógica del político, dejamos adormecer aún más
nuestras neuronas, poco o mucho tiempo después, no importa cuándo, nuestro
cuerpo solo, o el planeta todo, estarán reducidos a polvo y sumidos en el
olvido. Seremos parte de la Nada.
Y ese es el
verdadero infierno.
William Lilly, Master Astrologer
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